No voy a hablar de aquellos líderes nacionales que varían su discurso, según en la comunidad autónoma que se encuentren

Huevos de percebe arrugado, ‘amb pa i tomaca’

Tampoco voy a hablar de las recientes palabras de Feijoo en Cataluña; me callo por respeto a los lectores de PD, y por otorgarle al nuevo líder del PP, el beneficio de la duda; aunque mal empezamos: ´primera cucharada, mosca´.

Huevos de percebe arrugado, 'amb pa i tomaca'

´DISCLAIMER´: No voy a hablar de aquellos líderes nacionales que varían su discurso, según en la comunidad autónoma que se encuentren, en lugar de tener un discurso único que sea válido para toda España; máxime si aspiran a gobernar con equidad toda la nación, y no un injusto e insolidario reino de taifas.

Tampoco voy a hablar de las recientes palabras de Feijoo en Cataluña; me callo por respeto a los lectores de PD, y por otorgarle al nuevo líder del PP, el beneficio de la duda; aunque mal empezamos: ´primera cucharada, mosca´.

En su lugar, podría hablar de un personaje de la serie ´Bob Esponja´, llamado ´el chico percebe´; pero tampoco me apetece mucho. Así que, como de algo tengo que escribir, lo voy hacer sobre restauración y gastronomía, por lo que cualquier parecido con lo antes dicho, es pura casualidad…, incluido el título.

Huevos de percebe arrugado, ´amb pa i tomaca´

Cuando un servidor era joven a nadie le cabía en la cabeza que el noble oficio de los fogones pudiese convertir a un cocinero en millonario. La restauración era un negocio que si funcionaba, permitía a la familia propietaria el vivir con una cierta holgura, pero nada más.

Hoy en día, sin embargo, todo lo relacionado con el mundo de la cocina se ha convertido en objeto de culto; casi en una religión, con sus dogmas, sus profetas y sus adorados y millonarios dioses. ¿Cómo se ha llegado a esto?

La respuesta la podemos encontrar cuando, coincidiendo con los estertores de la década socialista, surge en España la llamada ´Beautiful People´ (´La Gente Guapa´), fruto de la ´cultura del pelotazo´ y el marraneo de influencias. Fue una época en donde era posible hacerse multimillonario de la noche a la mañana sin grandes esfuerzos, siempre y cuando uno fuese lo suficientemente inmoral y tuviese los contactos adecuados en las alturas.

Así y de esta guisa, brota de la noche a la mañana, una generación de nuevos ricos, con más dinero que gusto y escrúpulos. Estos tipos, una vez conseguido el ser asquerosamente ricos, tienen la imperiosa necesidad de obtener, al precio que sea, el reconocimiento social necesario que desdibuje y afine sus oscuros orígenes.

Pues bien, es a costa de los bolsillos de esta nueva aristocracia de patanes, que en España surge con ímpetu lo que hoy llamamos ´cocina de autor´: Vajilla de diseño con vianda exigua, denominaciones rimbombantes, y  precios obscenos.

A partir de ese momento, a estos nuevos ricos se les hace el culo gaseosa y pagarán lo que haga falta, para que en estos exclusivos antros les llamen por su nombre de pila, con el “don” delante, y les hagan la pelota hasta el babeo.

Uno de estos zafios personajes me invitó, en 1988,  a cenar en uno de estos templos a la vanidad humana, y la verdad es que la fiesta me salió carísima (en bicarbonato y almax), al haber tenido que soportar durante tres horas seguidas, a un personaje que -hablando con faltas de ortografía- me explicaba con la boca llena y entre eructos mal disimulados, no sé qué grandezas del plato que estaba engullendo, que, según él, era como una ´espectacular sinfonía de emboques que eclosionaban magistralmente en su fino paladar´, produciéndole tal ´carrusel de sensaciones´ que le hacían llorar de emoción.

Confieso que, en ocasiones, me han podido salir las lágrimas contemplando un atardecer, o escuchando “Tears In Heaven” de Eric Clapton; ahora bien, reconozco que nunca he llorado por el hecho de estar en un restaurante pijo, ante una vajilla pija, rodeado de pijos, degustando un ´no se sabe qué´ en forma de ´minivagina´ escalfada sobre un lecho de brotes escabechados de regaliz de mar desestructurado sobre teta de foca de la Alcarria, y decorado con eyaculaciones, asimétricas, de semen de boniato.

Si alguna vez me han salido las lágrimas en un restaurante, es porque se habían pasado con el picante, o con la factura; y eso, antes del actual faraón y sus malditas plagas.

No digo que la cocina no sea cultura, pero un servidor -para cultura- sigue prefiriendo la de su biblioteca. Por otro lado, para emocionarme y que me salgan las lágrimas, no necesito ir a ningún cursi templo hedonista a hacer más rico a su dios, degustando su ´carrusel de sabores´; no. Simplemente, no tengo más que ver el telediario del régimen y su siempre renovado ´carrusel de desgracias´… que nunca suceden en España; salvo en Madrid, por supuesto.

Si alguien piensa que mis palabras de hoy criticando la cocina de vanguardia son debidas a que carezco de paladar, o lo tengo poco cultivado, se equivoca de todas, todas.

En cualquier caso, prefiero comerme un honesto bocadillo de tortilla española (casera), acompañado de gente normal, que cenar en un tres estrellas Michelin, rodeadas de cursis.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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