Y en la noche cavamos las trincheras frente al enemigo, para dar muerte a nuestros principios nada más despuntar el alba.
Y destellando odio en el refulgir de nuestras bayonetas caladas, al toque de los silbatos, gritamos en la carga, como buscando en nuestro alarido la fuerza necesaria que pudiese espantar al miedo que el pecho atenazaba.
Después, nada.
Tan solo el quejido de aquellos que antes de la noche serían ya pasto de alimañas, muriendo sin haberse enterado que era por ellos por quién doblan las campanas.
Triste batalla, mísera ganancia; y allá a lo lejos, en sus hogares, velas encendidas iluminando lágrimas.