La economía mundial se encamina hacia una etapa de crecimiento lento, aumento de precios y elevación del desempleo: el peor de los escenarios posibles que podría dinamitar la recuperación de los países tras la pandemia. Por si fuera poco, retos como los problemas en la cadena de suministro, el ataque de Rusia a Ucrania y los confinamientos draconiacos en buena parte de Asia, podrían sumir a los mercados internacionales en una recesión que en gran medida evitaron cuando la pandemia se hizo global en marzo de 2020.
El término estanflación que auna las palabras estancamiento e inflación, comenzó a usarse el la década de los 70, en un momento en que economistas y bancos centrales estaban desconcertados por un período inusual de alta inflación y débil crecimiento económico provocado por las dos crisis del petróleo. Los precios de las materias primas ya eran altos cuando la OPEP, un consorcio de países productores de petróleo, cortó las exportaciones a Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y otras naciones debido a su apoyo a Israel en la Guerra de Yom Kippur, creando un peligroso escanario económico. Los precios del petróleo se dispararon un 300% en un año, presionando sobre el resto de materias primas. Los empresarios, en respuesta a las crisis de precios, redujeron sus plantillas, lo que provocó un elevado desempleo. El fenómeno desconcertó a los responsables políticos, que habían asumido que la inflación y el desempleo tenían una relación inversa. Estaban equivocados, y el marco normativo de Estados Unidos carecía de un manual para abordar la estanflación. La crisis se prolongó hasta que las economías occidentales pudieron desarrollar su propia capacidad de producción de materias primas para competir con las naciones exportadoras, a veces adversas.
En estanflación, los hogares y las empresas empiezan a asumir que la inflación siga subiendo a largo plazo, lo que la convierte en una profecía autocumplida que les lleva a ajustar su comportamiento económico, perpetúando la continuidad de la inflación. Por lo general, los bancos centrales pretende mantener la inflación en torno al 2% y cuando ésta supera ese nivel, los bancos centrales suben los tipos de interés, lo que encarece la financiación a los agentes económicos, lo que desincentiva el gasto, la inversión y frena el aumento de los precios de forma indirecta.
La economía mundial están experimentando tasas de inflación no vistas en décadas. Esa subida de precios ha sido causada en gran medida por las interrupciones en el suministro de bienes y los cambios en la demanda de los consumidores. La pandemia obligó a las fábricas a cerrar durante semanas o meses, un problema que todavía afecta a la fábrica del mundo, China, donde los cierres draconianos para evitar la propagación de la infección han impedido que los puertos y las instalaciones de fabricación recuperen la plena normalidad.
Pero sin duda alguna, ha sido la invasión rusa de Ucrania la que más ha agravado problema, interrumpiendo las exportaciones de petróleo y gas, y provocando un incremnto de los precios de la energía a nivel globa.. El bloqueo ruso de las exportaciones de grano de Ucrania, uno de los mayores productores de trigo del mundo, también está haciendo subir los precios de los alimentos en todo el mundo y el riesgo de hambruna se acrecenta si el grano es utilizado por el sátrapa como arma contra occidente, como ya hace con el petróleo y el gas.
Evitar la estanflación es difícil, porque los reguladores financieros tienen que equilibrar dos intereses teóricamente contrapuestos: inflación y desempleo. Para hacer frente a la inflación suele ser necesario subir los tipos de interés, lo que encarece los préstamos y reduce la demanda de los consumidores, lo que socava el funcionamiento de las empresas. Los empresarios suelen responder recortando costes salariales, lo que hace aumentar el desempleo.
Por el contrario, los bancos centrales podrían tratar de reducir el desempleo recortando los tipos de interés, creando un incentivo para que los empresarios realicen grandes inversiones, contraten y asuman riesgos de mercado. Pero cuando los empresarios contratan, aumenta la masa salarial, y por tanto la demanda, por lo que los precios al consumidor suben. Por lo tanto, los reguladores están prácticamente atados de pies y manos cuando se trata de la estanflación.
La práctica convencional para solucionar la estanflación es hacer frente a la inflación subiendo tipos y sacrificando el crecimiento económico con el consiguiente aumento del desempleo, que ya es crítico en España. La idea de tal medida es que el mercado se recupera más rápido del desempleo que de los precios de consumo persistentemente altos. Por todo lo anterior podemos afirmar, que el único remedio conocido contra la estanflación es una recesión. Además, según el pensamiento económico clásico, la forma de controlar esos precios es liberalizando las industrias, aunque sus efectos pueden tardar varios años en materializarse y por lo general, los responsables de la política económica suelen querer abordar la estanflación en un plazo más acelerado. En otras palabras, el objetivo es convertir un mercado con estanflación en un mercado con recesión, y las recesiones suelen resolverse en poco más de un año.
En los mercados desarrollados, como Estados Unidos y la zona euro, eso significará algunos momentos difíciles para los consumidores y períodos en los que cientos de miles de personas probablemente perderían sus empleos. Pero el verdadero riesgo a largo plazo está en las economías en desarrollo, como Brasil, India, China y especialmente África. Todos ellos son grandes exportadores cuyos mercados dependen de los países importadores para mantener el crecimiento. Si la economía occidental se contrae, los países en desarrollo tendrán menos posibilidades de exportar sus productos y la inversión extranjera se reduciría, debido a que sus economías son más propensas al riesgo. Ello podría dar lugar a crisis crediticias y migratorias en los países con mercados en desarrollo que podrían obstaculizar gravemente la recuperación financiera mundial, lo que sin duda alguna viene a potenciar el auge de los populismos de todo signo.
