“Mas, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando”. Mateo, 23:13.
La elitista secta de los gnósticos-cristianos hablaba de la adquisición del conocimiento a través de la experimentación introspectiva. La frase no deja de ser vaga, ambigua, y polivalente, y con tintes postmodernistas de recién licenciados en un curso de esoterismo a distancia.
En la Iglesia Católica la adquisición del conocimiento [gnosis] está mucho más articulada, reglada, detallada, y programada: Mucha formación teológica, aunque teledirigida y censurada: Qué libros y autores conviene leer; qué libros hay que leer obligatoriamente; y qué libros y autores no hay ni que oler.
Así, en los Seminarios y las Facultades de Teología de la Iglesia Católica, se estudian todas las herejías habidas hasta el momento, pero siempre utilizando los libros de los detractores de tales desviaciones de la ortodoxia, nunca leyendo directamente lo que escribieron los supuestos herejes, salvo algunos párrafos entresacados de su contexto original. Cosa por otro lado normal, ya que la mayoría de las herejías no las conocemos por sus autores, sino por aquellos que escribieron contra ellas, ya que los libros heréticos, se fueron quemando, o perdiendo, por el camino.
A partir de ahí, el sacerdote, o aspirante al oficio vitalicio, deberá orar, meditar, reflexionar, contemplar y contemplarse, pedir y dar. Entonces es cuando empezará la auténtica iluminación.
Porque cuando uno busca a Cristo, siempre acaba encontrándolo, aunque sea un obispo, o, en algunos casos, hasta un cardenal podría; y es porque siempre ha estado ahí, a nuestro lado, aunque no hayamos sido capaces de verlo.
Para ello, no hace falta estar dentro de una ´élite de elegidos´, tal y como propugnaban los gnósticos, o haber pasado por el Seminario y la Facultad de Teología, para obtener el carné funcionarial de administrador de las cosas sacras. No. Para ello lo único que hace falta es seguir, con humildad y fe, los preceptos del Evangelio, y -a partir de ahí- orar, meditar, reflexionar, contemplar la Cruz y examinarse a uno mismo, pedir y dar…; pedir perdón y perdonar con sincera humildad, y la verdad será revelada dentro de nosotros, poco a poco, con suavidad, con dulzura, con amor, inundándonos de esa sutil certeza que llamamos fe.