El cambio climático sirve igual para un roto que para un descosido.
Que hay incendios, Pedro Sánchez Pérez-Castejón recorre la geografía española de la calcinación y proclama orbi et urbi que “se debe al cambio climático” (“… que afecta a las cabezas de quienes menosprecian al sector primario”, como ha escrito Puebla en su viñeta de ABC). Que pasas calor por la calle, Ada Colau Ballano designa “refugios climáticos” en Barcelona para que los ciudadanos se resguarden de la inclemencia.
Y los medios de comunicación, con honrosas excepciones, les siguen la corriente.
Las presentadoras de televisión y los enviados especiales al lugar claman compungidos contra ese enemigo “imbatible”. El fuego “se debe al cambio climático” y no a un bosque, a un monte, al campo, abandonados y dejados de la mano de Dios en el que crecen incontrolados el sotobosque y la maleza porque no se limpian y la ley impide el pastoreo del escaso ganado que queda, y castiga con penas severas recoger siquiera las piñas caídas al suelo. Y lo que antes era buscar la sombra de un árbol en la calle, en los parques y plazuelas, o combatir al manolo entrando a un cine, a una biblioteca, a una pinacoteca, a un teatro, a un centro cultural o a un local público, ahora es ir a un “refugio climático”. ¡Toma ya! ¡Pero cuanto tonto!
En esta sociedad cada vez más ignorante y lanar pocos se preguntan por qué no arden los bosques madereros y resineros de Valladolid, Soria, Segovia, León, Galicia, Asturias, Santander, Vizcaya,…, como tampoco lo hacen los castañares y noguerales, y sí son pastos de las llamas, por el contrario, los desamparados y yermos dejados en manos de pirómanos y aprovechados.
Cuando los ecologistas urbanos y los burócratas de asfalto dejen de influir con idioteces y algún político con dos dedos de frente y ningún afán por el marketing y la publicidad decida actuar, empleará recursos públicos destinados a la mamandurria en modernos sistemas de detección con cámaras térmicas 5G y satélites de baja órbita; en brigadas diarias de desbroce y limpieza (eliminación del combustible), en tecnologías de misiles de precisión con bombas de exclusión de oxigeno (sofocación rápida del comburente); en artefactos aéreos de enfriamiento de la energía, y en la neutralización de los radicales libres formados en el fuego (inhibición). Y con estas herramientas los incendios disminuirán, los bosques crecerán libres de peligros y el campo será solaz de rebaños bovinos y ovinos.
Mientras sigamos haciendo caso a demagogos irresponsables, nuestros gobiernos gasten dinero del contribuyente en subvencionar el voto de vagos y maleantes y el Legislativo, por orden del Ejecutivo, tenga paralizada la estrategia antiincendios en el Congreso, arderán bosques y campos; venados, lobos, jabalíes, osos, linces, urogallos y demás miembros de nuestra riquísima fauna salvaje agonizarán en la pira; se quemarán casas en pueblos y en lugares bucólicos de residencia, y la colectividad será cada vez más ovina en un entorno desertizado donde no crecerán ni los cactus. Y como ha escrito poéticamente Alberto Garcia Reyes, “la ceniza que vuela por la brisa del patio y se posa, ya exhausta, en el ojo del pozo vaticina un desastre de alcornoques sin hálito y de pájaros muertos. El compas de las alas, el zigzag de las bichas, el olor de los robles, el susurro del agua sorteando los ricos: todo ha sido invadido por el flébil crujir de los troncos en llamas”.
