Poetas, escritores, pintores, filósofos, políticos, por encima de signos y credos, han sentido sangrar el alma desde la distancia rota de los años, rociados de canas. Y en su destierro, desde la perdida memoria cotidiana, extraña y forastera, que se congela en su inanimada mirada, han buceado en tiempos lejanos, mientras recibían, en un país que no es el suyo, honores y medallas, títulos y prebendas, reconocimientos públicos de una sociedad que nunca fue su sociedad; de unas gentes que nunca fueron sus gentes.
Y en las lentas horas del invierno de sus vidas, escapan a la sencillez de un paisaje que ya no volverá, a la búsqueda de unos amigos de juventud que ya marcharon al Más Allá, mientras, los que quedan… ¿dónde están?
Tan solo la distancia, el auto-exilio, o el destierro, son capaces de fundir, en un abrazo, pensamiento y corazón, desde la soledad hueca parida en tierra extraña, desencadenado entonces, desordenadamente, toda una explosión de emociones intensas que jamás aflorarían en tierra propia…
Como escribió el poeta valenciano Vicente Gaos «…cuando mi corazón se anega en llanto, hacia mi España va todo mi anhelo. Tierra de mi tristeza y de mi encanto».