Cuentan que estando el general ´progresista´ Narváez, alias “El Espadón de Loja”, en su lecho de muerte, su confesor le preguntó si perdonaba a sus enemigos, a lo que el general, tras pensar unos segundos, respondió:“No puedo perdonar a mis enemigos, porque los he matado a todos”.
Pues bien, estaba reflexionando sobre el amor a mis enemigos y, francamente, tras pensar en ellos, me he dado cuenta que nunca los he tenido como tales, y mucho menos los he odiado. Y ello porque pienso que no deben de ser mala gente, amén que, aunque no lo recuerde, algún terrible daño debo de haberles hecho en esta vida, o en alguna anterior, que me haga merecedor de su rencor.
Y sí; no solo no los odio, sino que podría llegar a amarlos; al fin y al cabo no me considero mejor que ellos.
Sin embargo, no puedo evitar pensar en esa turba amorfa y sin rostro que, hoy en día, siente un odio rabioso por Jesucristo, haciéndole objeto de sus maledicencias, burlas y salivazos, dos mil años después de que Él ya pasara por ello.
Entonces cuando pienso en Jesús y su revolucionario y generoso mensaje de amor fraternal, y veo cómo su figura sigue siendo escarnecida, pienso que quienes lo hacen no son buena gente, sino más bien mala; gentuza de lo peor calaña.
Entonces intento ligar lo que mis tripas sienten hacia estos ´tipos y tipas´, con el mensaje cristiano de amarás a tu enemigo, y se me hace duro, muy duro, aunque finalmente lo he conseguido. Ahora ya lo tengo claro.
Si se comete un sacrilegio en mi presencia, de esos que últimamente comienzan a ser pandemia en los templos católicos, haré lo que creo que debo de hacer; pero sin odio ni acritud, dando valor a aquella frase: «Quien bien te querrá, llorar te hará. Y hasta es posible que añada, retocándola un poco, aquella frase de “El Padrino”:
«No es nada personal; solo una cuestión de principios».