Elecciones en España 2023

¿Perderá Sánchez las próximas elecciones?

Estratagemas para ganar las batallas dialécticas o el arte de tener la razón

¿Perderá Sánchez las próximas elecciones?

El que tiene magia no necesita trucos. Pero ¿está Pedro Sánchez preparado para conquistar a sus votantes en las próximas elecciones? Hay muchas estrategias persuasivas de propaganda, pero nos gusta esa disparatada idea suya de hacer una docuserie política sobre sí mismo, con estética cinematográfica y cuyo título provisional suena a ópera de Vivaldi: “Las cuatro estaciones”. Estará lista a principios del próximo año, mientras tanto todos los partidos políticos se preparan para la madre de todas las batallas, las elecciones de 2023. Tezanos ve a Sánchez como protagonista absoluto, por delante de Feijóo.

En cualquier caso, el espectáculo está asegurado. También porque la polarización en España ha aumentado durante los últimos 20 años. Y lo ha hecho inversamente proporcional a la cohesión y brillantez de nuestra clase política. Dicen las malas lenguas que el talento ha huido de la política y resulta difícil ser gobernados por los mejores. En este contexto los candidatos de los partidos librarán su propia batalla y la guerra dialéctica estará presente en la agenda del día. Solo tenemos que fijarnos en la campaña de ataques a Feijóo, con insultos y descalificaciones desde el pasado mes de julio.

Todo vale para impactar y conseguir el voto, lo que nos lleva a la dialéctica erística o “El arte de tener razón” de Arthur Schopenhauer vigente todavía en la actualidad, aunque fue publicada en 1831. De igual modo, es uno de los maestros en el arte del insulto y la ofensa, la última táctica cuando todas las demás artimañas de la argumentación no han dado resultado. Las estratagemas que propone Schopenhauer son bastante útiles, muy utilizadas en los rifirrafes dialécticos de cualquier debate político electoral. La clave está en aprender a atacar y defenderse sin importar la verdad, discutir para conseguir la razón tanto lícita como ilícitamente.

Un buen ataque, por ejemplo, es el que reduce a etiquetas cualquier razonamiento. Una afirmación contraria a la nuestra manifestada por el adversario, la podemos descartar o ponerla en duda llevándola a una determinada línea de pensamiento, tal como dice Schopenhauer “incorporándola en alguna categoría odiosa, con la que pueda tener alguna semejanza con la que se relaciona sin más”. Todos conocemos el léxico de descalificación política y la verbalización de términos peyorativos como facha, rojo, comunista. Desde esta perspectiva se justifica la ofensiva y degrada cualquier tesis.

De igual forma, ganar una discusión es posible enojando al contrincante y «si inesperadamente se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse el mismo con insistencia”. Evidentemente, por la posición de superioridad que implica dejar furioso a tu rival, pero además porque es probable que hayamos dado con alguna vulnerabilidad en su razonamiento. Y lo relevante aquí es que se le pueda asestar otros golpes que le perjudiquen más. Por otra parte, es necesario saber nuestros puntos débiles para controlarlos y salir airosos de los duelos dialécticos de comunicación.

Schopenhauer plantea como herramienta de persuasión el utilizar argumentación socrática y premisas falsas si es necesario. En este juego estratégico se procede «preguntando al adversario para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación”. También es admisible «no establecer las preguntas en el orden requerido por la conclusión a la que se desea llegar con ellas, sino desordenadamente; el adversario no sabrá a dónde queremos ir”. Utilizaremos sus respuestas para las conclusiones que nos convengan, incluso opuestas con el objetivo de que le resulte difícil elaborar su estrategia de defensa y así derrotarle.

Todo un clásico es evadirse de responder a una pregunta que se quiere evitar, «respondiendo con otra pregunta o con una respuesta esquiva o con algo que carece de relación alguna con el asunto en discusión». De igual manera, si hacemos un razonamiento inductivo, en el que la verdad de las premisas apoya a la conclusión, y el adversario admite como válidos los casos particulares, “no debemos preguntarle si también admitirá la verdad general que puede concluirse de aquéllos, sino que debemos introducirla a continuación como si se tratase de algo ya establecido y admitido anteriormente».

Siempre nos puede resultar útil buscar contradicciones en cualquier cosa que haya expresado nuestro contrincante, así como voltear sus afirmaciones con perspicacia. Sobre todo, cuando el argumento que pretende utilizar a su favor lo podemos utilizar mejor en su contra. En esa misma línea, «si el adversario nos presiona a que admitamos algo de lo que inmediatamente seguirá el problema que se debate en la discusión, nos negamos aduciendo que se trata de una “petición de principio”, pues tanto él como el auditorio confundirán con facilidad una tesis, que en apariencia se parece al problema”.

¿Quién no ha sorprendido y aturdido al contrario con verborrea absurda y sin sentido, cuando se tiene la certeza de que no domina el tema o para ocultar nuestra falta de conocimiento? También «para lograr que el adversario admita una tesis debemos presentarle su opuesta y darle a elegir una de las dos a fin de obtener la prueba”. Y si sospecha alguna artimaña por nuestra parte y la rechaza, entonces basta con reducirla al absurdo para conseguir el objetivo de tener la razón. Tampoco es descabellado declararse “fina e irónicamente incompetente”, porque a veces es mejor fingir ser imbécil que perder en una discusión.

Por último, cuando sabemos que el adversario es superior y no queremos ser vencidos, Schopenhauer propone que vayamos “a lo personal, a lo ofensivo, a lo grosero”. El insulto y la descalificación aparecen ante la falta de argumentos, aconseja desviarnos del tema de discusión y atacar al adversario sin piedad. Los enfrentamientos dejan de ser ideológicos, y se enfocan en lo personal con insultos, interrupciones y acusaciones para conseguir la victoria. Muchos de los líderes de los principales partidos ya afilan su lengua viperina en la retórica de la discrepancia. Y es que todo vale para tener la razón.

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