«Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya; a imagen de Dios le creó; varón y hembra los creó…» [Génesis 1:27 – LA BIBLIA].
Más claro, agua, sin embargo, el ser humano pintó a Dios como un varón, con todas las virtudes y defectos de éste, pero a lo grande; enorme; gigantesco.
Y lo pintó hierático, sentado en un lujoso y descomunal trono, como a un imponente anciano de pelo blanco y larga barba, por aquello de su ´eternidad´. Como si Dios estuviera sujeto a las leyes físicas del envejecimiento.
Y el hombre se preguntó: – ¿Pero cómo es el hombre? Y el hombre se respondió a sí mismo: – El hombre es orgulloso, celoso, vengativo, cruel, avaricioso, violento, rencoroso, inestable, vanidoso… y a veces, solo a veces, bueno, generoso y misericordioso.
Y el hombre pensó: – Pues si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, Dios debe de ser como un hombre, pero colosal, a lo grande, con todos sus rasgos humanos elevados a la enésima potencia.
Y tuvo que enviar Dios a su Hijo, para aclararnos que Él es Dios Padre de Amor y Misericordia y que todos somos sus hijos; que todos somos hermanos.
«CREÓ, PUES, DIOS AL HOMBRE A IMAGEN SUYA; A IMAGEN DE DIOS LE CREÓ; VARÓN Y HEMBRA LOS CREÓ…»
Dios creó al hombre dotándole de un ESPÍRITU INMORTAL Y LIBRE a semejanza de Él. Esa y no otra, es la SEMEJANZA.
Para finalizar cabría recordar que la palabra «hombre» proviene del latín homo, hominis. El término deriva a su vez de hominem (el ser humano), por lo que la palabra no es sexuada sino genérica. Algo que escapa a la legión de catetos con carencia de comprensión lectora; analfabetos funcionales en su más pura esencia.