La vida nos acosa, nos vapulea, nos derriba y nos levanta, nos acaricia e ilusiona, para luego empujarnos, tirarnos al suelo, y de nuevo vuelta a empezar. Y uno comienza a preguntarse de qué va este juego, o si acaso nuestras vidas son fruto de los desvaríos de un guionista borracho.
Pero es a base de golpes cuando comienzas a fijarte y al hacerlo te das cuenta que todo obedece a un porqué y que no hay efecto sin causa previa que lo provoque.
Bien es cierto que en algunos casos sufriremos injustamente a causa de actos que son ajenos a nuestra voluntad, pero en la mayoría de casos lo único que estaremos recogiendo es la cosecha de lo que en su momento sembramos consciente o inconscientemente.
Pero para llegar a este convencimiento es preciso que nos desprendamos de todos nuestros subjetivismos y tengamos la honestidad mirarnos a nosotros mismos con la misma frialdad que contemplamos a un extraño. Solo entonces podremos concluir si los vaivenes de nuestra vida son fruto de la mente de un guionista borracho o, más bien, son la fiel consecuencia de nuestros errores y aciertos.
Tan solo cuando el observador es capaz de convertirse en observado, es cuando puede ver su realidad desnuda, libre de los velos de la autocompasión y el victimismo.
Si en la vida haces daño, no esperes que la vida te tire confeti y serpentinas. Sentado delante de la puerta de mi casa, espero…