De la 'lotocracía' a la 'dictocracia'

A propósito de la niña de la curva

La niña de la curva
La niña de la curva. PD

Alguien escribió que no es digno de dirigir a otras personas, aquel que no es mejor persona que ellas.

Para Platón, filósofo griego nacido 427 años antes de Jesucristo y una de las cabezas mejor amuebladas de la Historia del Pensamiento Universal, la Aristocracia era el mejor sistema de gobierno por el que se podía regir el hombre en sociedad.

Así como Democracia significa, etimológicamente, “Gobierno del Pueblo”, Aristocracia se traduce como el “Gobierno de los Mejores”, de los más preparados, de aquellos que en sus diferentes facetas habían triunfado en la vida por mérito propio y sin ayuda de nadie.

Hombres sabios de renombre para los que el gobernar les suponía una pérdida en su calidad de vida, amén de que económicamente, por ser honrados, no les resultaba rentable.

Triunfadores cuya vanidad personal no necesitaba de seductores aditamentos ni pomposos títulos, al ser personas de reconocido prestigio público.

Y así fue en sus inicios, hasta que ésta, la Aristocracia, no tardó en convertirse en una casta, caracterizada por una endogamia clasista de carácter hereditario, en donde se primaban valores tan frívolos como poco meritorios, tales como la primogenitura, como si ésta aportara algún tipo de valor añadido al futuro heredero del título nobiliario.

Si a este despropósito añadimos que, en la histeria por no mezclar su sangre con los plebeyos, se abusó de la consanguinidad a la hora de constituir los esponsales de la llamada nobleza, estableciéndose los matrimonios entre parientes de diferentes grados (los Reyes Católicos eran primos), tenemos que, en la ruleta de las enfermedades genéticas (tales como la hemofilia o la porfiria), ser fruto de una relación consanguínea, supone tener más papeletas para que te toque el primer premio del sorteo.

Pero, en líneas generales, este tipo de enfermedades genéticas no tienen porqué afectar al intelecto del individuo en cuestión. El problema en sí, vendría dado por el sistema de la primogenitura que convertía a la Aristocracia, en una  ´Lotocracia´. Me explicaré.

Imaginemos una familia “x” formada por los padres y cinco hijos; estos últimos llevan los mismos apellidos, descienden de la misma pareja, tienen la misma educación y formación, tanto moral como académica, y crecen en un mismo ambiente familiar; sin embargo cada hijo saldrá diferente. No conozco una familia en donde todos los hijos sean buenos, o todos sean malos; todos sean inteligentes, o todos sean burros; todos sean simpáticos, o todos sean antipáticos; todos sean laboriosos, o todos sean vagos; todos sean valientes, o todos sean unos melindres. No. Lo difícil será encontrar en una misma familia dos hermanos similares, obviamente, salvo en el caso de los gemelos.

Cada uno de los hijos, a pesar de compartir un mismo código genético, apellidos, educación y posibilidades, saldrá de una manera diferente, hasta el punto que no tendrá nada que ver un hermano con otro, salvo lo que indique en el DNI respectivo [nombre de los padres, apellidos, domicilio].

Todo esto, en sí mismo, no comporta mayor problema, pero cuando lo extrapolamos al sistema aristocrático, o monárquico, nos encontraremos con que el título- y el poder que el mismo conlleva – no lo heredará el más cualificado moral e intelectual, de los hijos habidos, sino el primogénito, con preferencia del varón sobre la hembra, con lo que al final será el azar, como en la lotería (de ahí lo de Lotocracia), quien decida quién es el que va a mandar. ¡Acojonante!

Pero volviendo a la Aristocracia de Platón, el Gobierno de los Mejores, antes de que éste fuese pervertido, al convertirse en endogámico y hereditario, tenemos que decir que este sistema no solo no está obsoleto y demodé, sino que posiblemente sea el futuro lógico al que llegaremos tarde o temprano.

Será el día en el que el pueblo, harto de pagar y mantener la ´Mamoncracia´ vigente, rescate su soberanía de las garras de los partidos políticos y sus mediocres huestes de paniaguados, para entregarla en calidad de préstamo temporal, a los mejores, a los más preparados, a aquellos a los que gobernar les suponga un sacrificio y no un negocio, o ´modus vivendi´, como, salvo honrosas excepciones,  ha venido sucediendo hasta ahora.

En cuanto a la niña de la curva veremos qué hace ahora que su protector y mentor parece que se va a París a un cargo de altura; el de campanero de Notre Dame.

No sé lo que hará. Igual termina de liberada sindical en Carrefour; porque lo que es en Mercadona lo tiene crudo.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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