Más información
El tópico dice que los cristianos debemos perdonar siempre, sin embargo no es así. El Evangelio es ´bueno´ y predica la bondad, pero en ningún caso es ´buenista´.
Como cristiano, y no se puede ser católico sin ser cristiano, cuatrocientas noventa son las veces que tengo que perdonar las ofensas que proceden de una misma persona. Muchas ofensas, mucho perdón. Bueno, o eso es por lo menos lo que nos mandó Jesucristo que hiciésemos:
«En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete…»
O sea, 490. Muchas, pero con un límite.
Bien podría haber respondido Jesucristo que siempre hay que perdonar cada vez que el reincidente te pida perdón; pero no lo hizo. Pidió que fuésemos muy, muy, muy generosos a la hora de perdonar, pero estableció un límite.
Por lo que a mí respecta, tengo un defecto y es que, si he percibido sinceridad en la disculpa, jamás he dejado a nadie, por reincidente que fuera, dejarle terminar la palabra perdóname. Simplemente le he interrumpido con un ´ya está olvidado´, rubricando mis palabras con un abrazo. Porque si hay algo que es superior a mis fuerzas es ver a un ser humano -amigo o enemigo- humillándose. Lo siento; no puedo.
En el caso inverso, que es cuando el que pide perdón soy yo, la pregunta que hago al Cielo es: Señor, si tras ofender, o perjudicar a mi hermano, arrepentido le pido perdón con humildad y de corazón, pero éste no me perdona, sino que me escupe en la cara con odio, la bilis de su rencor, ¿cuántas veces más tengo que volver a pedirle perdón? ¿490?
No sé qué me responderá, ni cuándo, pero sé que su respuesta me llegará…; porque siempre me ha llegado. Cuándo me llegue terminaré este escrito.
_____________________________
Siete días habían pasado desde que escribí las líneas que anteceden, cuando la respuesta me vino como un flash:
– ¡NINGUNA!
Creo que a Jesucristo le gusta la humildad, pero no la humillación, ni los que humillan.
Jesucristo es el único amor, generoso y de entrega plena, que nunca me ha defraudado ni pasado factura de su generosidad sin límites; ni tan siquiera me ha sacado los colores, o ´reñido´, que bien podría. Prodigalidad en plena concordancia con el salmo (Sal 51, 19): “Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias». Esa es la gran diferencia entre el Amor Divino y el amor humano… Entre el Evangelio y la Agenda 2030.