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Había una vez un niño muy borde que antes de hacer una trastada le decía a su padre que ya la había hecho. La razón de este paripé no era otra que el tantear la posible reacción de su progenitor. Así, si la cosa venía torcida y la yugular del padre se hinchaba más de la cuenta, el niño comenzaba a correr, al tiempo que gritaba que todo era una broma. Pero si el padre respondía con tibieza, ya era cuestión de horas que el chaval llevará a cabo su tropelía. Ese niño era yo.
Esta truhanería ha sido también puesta en escena por diferentes esposos y esposas, con sus respectivos cónyuges, aunque no siempre con buen resultado. Y es que los años pesan y los adultos no corren con la velocidad de los niños, y entonces pasa que a veces, antes que te dé tiempo a gritar el consabido ¡es broma!, ya te han pegado un sartenazo en la testa.
Pero lo cierto es que esta pícara técnica quienes más la han utilizado, y utilizan, han sido los gobiernos democráticos, en su afán por no meter la pata más de lo habitual.
TRUCO O TRATO
Se trata de saber cómo reaccionaría la opinión pública frente a una determinada medida del gobierno. Para ello, se filtra a la prensa una polémica noticia, siempre desde una fuente no autorizada. Si la opinión pública estalla de indignación, rápidamente aparecerá un portavoz ´autorizado´ del Gobierno a desmentir lo publicado y tacharlo de bulo malintencionado, filtrado por el partido de la oposición. Pero si la opinión pública no reacciona, o lo hace con tibieza, será ya cuestión de meses que la falsa noticia se convierta en realidad.
LAS REDES SOCIALES, O EL FIN DE LAS GARGANTAS PROFUNDAS
De un tiempo a esta parte, los diferentes gobiernos siguen estas historias a través de las redes sociales, que a fecha de hoy se han convertido en el fiel termómetro de la opinión pública. De hecho ya no tienen que utilizar a ningún ´garganta profunda´ para esparcir sus ´noticias´ en los mentideros periodísticos, simplemente les basta con soltarlas en las redes sociales y dejar que corran; ¡y cómo corren!
Baste recordar todo el proceso de rumores, dimes y diretes, que circularon tanto por redes sociales, como por los diferentes medios de comunicación, sobre el desentierro de Franco. Y fue cuando se vio la tibieza con la que reaccionó, tanto el pueblo español como la Iglesia Católica, cuando se atrevieron a profanar su tumba.
A partir de entonces la desgracia pareció cebarse con el pueblo español; y no solo lo pareció, sino que se ensañó.
Hasta que no llegue el día en que el relato mediático subvencionado, sea sustituido por la crónica de los historiadores, no conoceremos la magnitud del desastre que sufrimos en estos años aciagos del ´sanchismo´.
¿Maldición faraónica? ¡No! En mi opinión, simple justicia poética.