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Vivimos inmersos en un mar de papeles, impresos, formularios, recibos, inspecciones, revisiones, renovaciones, y un largo etc. de puñetas timbradas, que no tienen otro fin, amén de pagar ´pernadas´ por cada impreso y timbre, que el de justificar muchos sueldos de dudosa utilidad pública.
Hemos creado una sociedad kafkiana, torpe, inoperante, absurda, y un tanto fascistoide. El desmesurado interés que muestra el Estado en controlar a los ciudadanos, comienza a tocarnos los cojones, provocándonos una sensación desagradable de impotencia, y lo peor de todo es que nos los tocan, sin haberse lavado las manos, después de haberse pasado el día indolentemente tocándose los propios.
Las causas a todo este papeleo despelotado y agobiante, se resume en dos puntos:
- 1º Justificar los sueldos y las prebendas de aquellos ´colocados´ que nos empapelan a diario.
- 2º Exprimirnos, más aún si cabe, los bolsillos. ¿Afán recaudatorio? ¡No!, ¡lo siguiente!
El problema, además de pagar, es el tiempo que se nos roba, en el cumplimiento de las puñetas administrativas. Y lo más gracioso del tema, es que el mayor peso de dicha cruz viene a recaer precisamente en aquellos ciudadanos que con su actividad productiva diaria, impiden que se acabe de parar el sistema; ese mismo sistema que los oprime y sangra.
Buenos profesionales, los hay en todos los sitios, y la Administración Pública no es una excepción; de la misma manera que vagos e indeseables también los hay tras todas las puertas. Pero la diferencia es que, mientras en la empresa privada, el vago, el indeseable, y el innecesario, tienen sus días contados, en la Administración Pública son intocables… Lo malo es que, además, lo saben. Tal vez por ello adopten aires de superioridad con los desgraciados ´paganos´ que sufragamos su sueldo.
Y no me refiero a los funcionarios públicos que prestan su valioso y necesario servicio en Educación, Sanidad, y Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado. No. Me estoy refiriendo a los chiringuitos burócratas, no siempre exentos de un pestilente tufo endogámico, con los que se ha ido trufando la viscosa casquería de ´la cosa pública´, por parte de aquellos que cada vez que han ganado el poder, no se han olvidado de colocar a ´los suyos´; ´suyas y suyes´.