Más información
Los problemas de la vida nacen del propio pensamiento, porque el problema no es la situación concreta, sino la óptica con la qué la miramos. Una óptica que, si es la equivocada, nos puede llegar a costar la vida, al forzarnos a solucionar un problema inexistente.
Por ejemplo, vamos caminando por la montaña y cae la noche obligándonos a buscar un refugio en que guarecernos hasta que amanezca. Una vez instalados comenzamos a pensar en qué hacemos si aparece un lobo hambriento (problema); es entonces cuando nos percatamos que no tenemos ningún arma para defendernos (problema y angustia).
Nuestra mente comienza a especular sobre lo terrible que debe ser el morir devorado vivo por una fiera. Es entonces cuando pensamos que nosotros podamos terminar así esa noche (problema, angustia, terror). Pero lo que ignoramos es que donde estamos no existen lobos, y ha sido nuestra mente la que ha creado un problema donde no lo había, lo cual no es óbice para que lo suframos mentalmente, y ese sufrimiento tenga efectos negativos en nuestro cuerpo, degenerando en un trastorno psicosomático. Pero sigamos con el ´cuento´.
Hemos llegado a un estado de pánico total. Y es entonces cuando para intentar solucionar un problema que no existe más que en nuestra imaginación, la acabamos de liar al hacer un círculo de fuego alrededor de nuestro campamento, para alejar a los hipotéticos lobos. Gira el viento y el fuego se propaga por todo el bosque, haciendo que perezcamos en el incendio, víctima de nuestro propio miedo a morir.
Sátrapas aparte, normalmente los problemas se resuelven solos; en la mayoría de casos porque nunca llegaron a existir realmente. El pensamiento, lo único que hace es amplificar artificialmente los problemas en nuestra mente, provocándonos angustia y forzándonos a tomar decisiones que al final nos van a perjudicar.