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Básicamente, existen dos tipos de personas que tienen horror a la muerte: las que no tienen más dios que la endeble materia, y aquellas que tienen que ahogar cada noche con somníferos, o don Simón, su mala conciencia. Bueno, esto último es un idiotismo, ya que la conciencia nunca puede ser mala, en cualquier caso lo que puede ser es inexistente.
Pues bien, en el año 1976 aún existía la ´Guerra Fría´, algo que a los jóvenes de hoy les puede sonar a chiste, y la amenaza de un conflicto nuclear sobrevolaba chulescamente las frágiles cabezas de todos aquellos que no teníamos, en esa historia, arte ni parte, pero que en caso de una confrontación, EEUU vs URSS, seguro que nos hubiéramos llevado la mejor parte que -en esos casos- siempre es la peor. Es en esa época cuando llega hasta mis manos un folleto, macabramente explicativo, de un fabricante de refugios atómicos unifamiliares. El tríptico iba acompañado de una tarifa de precios, con su correspondiente forma de pago: se podía pagar de tres modos: EN EFECTIVO, EN METÁLICO, O AL CONTADO. Así estaba el patio de la financiación por aquel entonces.
El artilugio, para todo lo que prometía, se podía decir que tenía un precio asequible. Claro que faltaría saber si sus detalladas cualidades y bondades eran ciertas. A lo mejor, el fabricante -un tal “Tarrasa&Sardaneta”- no se había esmerado demasiado en la construcción del engendro, pensando que si sus productos tenían que soportar la prueba de fuego, es decir una bomba atómica, y no resistía lo prometido, difícilmente podrían sus clientes ir a reclamarle. Tonto el tío no era.
En aquellos momentos, creí firmemente en las ternuras de aquel supositorio subterráneo, pero sin embargo pasé olímpicamente de encargarlo. ¿La razón? Muy sencilla; llegué a la conclusión de que adquirir un refugio atómico era -simplemente- hacer oposiciones a pasarlo mal. Amén de que si algún día llegaba un desastre nuclear, no tenía la menor intención de sobrevivir, ni tan siquiera para contarlo; y eso que en aquella época aún no había llegado la moda ´gore´ de las películas de zombis.
Nunca he temido a la muerte, más que a la vida. De hecho temo más a la mala vida que a la muerte misma, y -después de todo- eso era lo que prometían los refugios nucleares: ¡UNA BUENA RACIÓN DE MALA VIDA!
En la actualidad me he construido un refugio anti ´Agenda 2030´ y sus ´palanganeros´ mediáticos. Les cuento.
Hace tiempo que tan solo utilizo el canal de YouTube, tanto para informarme, como para distraerme con películas, música, o documentales, de los de antes. Para informarme, principalmente utilizo, de entre los no ´vendidos´, el canal de tv PERIODISTA DIGITAL.
Pero claro, se ve que al igual que un servidor, son millones de personas las que ha optado por esa vía informativa de aire fresco, por lo que el sátrapa y sus compinches, conscientes de ello, han comenzado a meter publicidad gubernamental ´a paladas´, y para más inri, pagada con nuestros impuestos, en YouTube, por lo que mi pequeño paraíso informativo ha sido trufado con los excrementos populistas del régimen del ´cara cráter´.
Al final, tiene cojones la cosa, me he visto en la obligación de contratar ´YouTube Premium´. Pagar para no tener que soportar los anuncios que se pagan con mis impuestos. Pero por los múltiples ´orgasmos´ intelectuales, que ahora siento a diario, ha valido la pena.
Creo que los sietes círculos del Infierno de Dante, habría que reestructurarlos, cavando un nuevo círculo, donde poder ubicar a esta gentuza, con sus agendas, escuadras y ´putos´ mandiles.