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La auténtica soledad, como bien definió el poeta Thomas Merton, no es la ausencia de personas y sonidos en torno tuyo, sino el abismo que la soledad abre en el centro de tu alma.
O dicho con otras palabras, uno puede estar rodeado por una multitud, y sin embargo sentirse completamente solo.
Así pues, nos encontramos con una mayoría de personas que odian la soledad, y a las que les aterroriza el tan solo mirarla de reojo, pero al mismo tiempo descubrimos una minoría de seres que han encontrado en la soledad, el amor y la misericordia que en el Mundo no encontraban.
Frente al abismo del alma, tenemos a aquellos que siempre verán la soledad como una maldición, y aquellos otros, como yo mismo, que en un momento de su vida no temen lanzarse de cabeza a ese abismo, a la búsqueda de Dios… o al encuentro con la Nada… Y aún así, se lanzan.
Luego vuelven; tienen que volver. La razón de su vuelta no la saben, ni tampoco les importa nada, porque para ellos, con que la sepa Dios, basta.