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Que una persona venida a menos, un arruinado, o un muerto de hambre, sea un revolucionario, es lo que toca; pero en esas situaciones no cabe hablar de idealismo, sino de necesidad, hambre o, en muchos casos, envidia cochina.
Que ´un don nadie´ se disfrace de revolucionario, para ver si así, caso de ganar ´los suyos´, logra colocarse -por vida- de ´jefe de algo´ o, en su defecto, que lo enchufen como a ´la teta´ de algún chiringuito subvencionado con dinero público, es algo tan humano como despreciable.
No hablaré, porque no me apetece y me da nauseas, de aquellos cantautores, bufones revolucionarios de masas ´lobotomizadas´, que se han hecho millonarios, con sus populistas canciones contra la pobreza y la desigualdad social. ¡Hay que tener la cara dura!
Un revolucionario idealista y honesto es aquel que teniendo prestigio, la vida resuelta y ninguna necesidad material por cubrir, lucha y arriesga lo que tiene, en aras de alcanzar una sociedad más justa, jugándose no solo su patrimonio, sino también la cárcel, e incluso la vida.
Personajes así, encontramos en la Historia de la Humanidad. Han sido pocos, pero haberlos los ha habido.
Lo paradójico del caso es que muchos de estos quijotes que perdieron sus vidas en el empeño, fueron sacrificados en altar de la diosa ignorancia, víctimas de las zafias y volubles masas analfabetas que ellos mismos, con sus palabras, habían ´calentado´.
¿Karma? ¿Justicia? ¿Injusticia? ¡Qué más da! Lo que sí está claro es que aquel que con infantes pernocta, defecado alborea.
Pues eso: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. Mateo 7:6.