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Hemos frivolizado tanto en el uso de la palabra ´amigo´ que al final hemos tenido que recurrir a la palabra ´hermano´, para designar a los amigos de verdad.
Lo curioso del caso es que un amigo no puede ser al mismo tiempo amigo y enemigo, mientras que un hermano de sangre sí que puede ser enemigo sin por ello dejar de ser hermano.
Los amigos se eligen, mientras que los hermanos te tocan en suerte; buena, mala, o peor.
Así pues reivindico el título de hermano para los amigos de verdad, sean hermanos de sangre o no; y al hacerlo no estoy diciendo nada nuevo que no dijese, hace casi dos mil años, un humilde carpintero de Nazaret, llamado Jesús.