CON PERMISO DE LA HISTORIA

Canossa no es Bruselas, ¿o sí?

Español de a pie / Grado en Geografía e Historia, UNED

Canossa no es Bruselas, ¿o sí?

La historia no se repite con exactitud. Es imposible recuperar a sus protagonistas y, sobre todo, los diversos contextos diacrónicos que deseemos comparar nunca son completamente idénticos. Pero me parece claro que puede desempeñar un potente papel indicador de apoyo para los análisis de  futuribles en escenarios actuales.

Si nos encontrásemos con la frase en lengua alemana “Gang nach Canossa”, o su equivalente inglesa “Walk to Canossa”, es casi seguro que las traduciríamos por “Camino, corredor, marcha o paseo a Canossa”. Esto, atendiendo exclusivamente a la literalidad de la frase. Pero si añadimos un poco de conocimiento de la Historia, su significado debe girar al de “La humillación de Canossa”, que es el correcto, al hacer referencia al acontecimiento histórico que sucediera en enero de 1077, en que el “Rey de romanos” Enrique IV –título que denota que aún no había sido coronado como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico por el Papa-, acudía al castillo de dicha ciudad cercana a la actual Reggio Emilia, en Italia, buscando el perdón del pontífice Gregorio VII.

Como el acontecimiento parece sacado de una nebulosa de los tiempos, creo oportuno centrarlo por comparación con la Península Ibérica, recordando que los reinos de taifas musulmanes de “primera generación” andaban en esos años fagocitándose entre sí tras la implosión del Califato de Córdoba en las primeras décadas del siglo; que Alfonso VI reinaba en Castilla y León, y aún no había conquistado Toledo (1085); que Portugal seguía siendo un condado de León; que los almorávides no habían llegado todavía a la península (1086); que el rey de Pamplona-Nájera, Sancho IV, acababa de ser despeñado por su hermano en Peñalén; que en Aragón reinaba Sancho Ramírez; y que Ramón Berenguer II –“Cabeza de estopa”- se estrenaba como Conde de Barcelona, Gerona y Osona, ante la “atenta” mirada de su hermano Berenguer Ramón II. Con lo de “atenta” quiero adelantarme a su asesinato en 1082.

Abundando en esto último, como quiera que Alfonso VI de Castilla y León era rey tras el asesinato de su hermano Sancho II durante el cerco de Zamora, y su otro hermano García estaba preso de por vida en el castillo de Los Barrios de Luna (León), podríamos concluir que la política en la Península Ibérica del siglo XI era de lo más entretenida y peligrosa, aunque no diferente a otros lares. Ni mucho menos. Por ello, no nos gustaría llevar en última instancia a ningún lector al manido “España es el problema y Europa la solución”, sostenido por Ortega y Gasset ya a principios del siglo XX, que tanto daño ha hecho por su interiorización por varias generaciones sin discusión seria alguna que tenga en cuenta los escenarios globales europeos y mundiales de cada momento. Tampoco al más digerible “España es diferente”, en su versión peyorativa. ¡Qué va, de ninguna manera!

Es claro que ambas frases son del todo matizables hasta dejarlas sin el sentido que, a primera intención, parecen desprender. En el caso que nos ocupa, la historia personal de este Enrique IV, que no vamos a desarrollar en detalle y que puede ser consultada sin mayor problema, es sintomática. Y, por supuesto, sería bueno que la actual o futura Inteligencia Artificial (IA) hiciera hablar, por citar un ejemplo, a la Torre de Londres para que todos sepamos bien de qué acusamos especialmente a unos y perdonamos a otros.

Pero, volvamos a Canossa. El rey Enrique IV ha atravesado los Alpes en pleno invierno. Ha tenido una infancia dura llegando incluso a ser secuestrado, y ahora se encuentra excomulgado por el conflicto con el Papa a cuenta de los nombramientos eclesiásticos que tanto su padre –Enrique III- como él, han llevado a cabo. La conocida “Simonía”. Es evidente que el nombramiento de los cargos implicaba la adhesión de éstos, tanto en lo económico como en lo político. La situación para Gregorio VII era intolerable, metido en un proceso de “regeneración” en la Iglesia Católica – en España siempre estamos a vueltas con el dichoso término- que incluía no solo la lucha contra la venta de cargos sino también contra la laxitud de costumbres y el amancebamiento de los clérigos (Nicolaismo). Pero las discrepancias habían llegado al zénit cuando en 1075 Gregorio publicaba el Dictatus Papae, por el que el Papa era el señor absoluto de la Iglesia, señor supremo del mundo al que debían sometimiento reyes y emperadores, así como que la iglesia romana no erró ni errará jamás. El segundo de los puntos significaba un choque de características telúricas por el concepto de soberanía que sostenían ambas partes.

En el trasiego de esta controversia fundamental para los dos titanes, Enrique depone al Papa mediante concilio (1076). El Papa excomulga a continuación a Enrique, con lo que todos los nobles y personal eclesiástico quedan dispensados de su obediencia. Estos le hacen la guerra a Enrique, quien no tiene más remedio que acudir al Papa para pedirle el perdón. Es más que probable que la cuestión de haber estado tres días esperando a ser recibido, vestido como un clérigo y descalzo, sea una mitificación posterior. Lo importante fue que el rey y señor del país más poderoso de la Europa del momento, se presentaba inerme y sin defensas ante la voluntad de su opositor para pedirle que no tuviera en cuenta sus “errores de consideración” anteriores. Éste le perdonaba porque, según los usos de la época, no podía hacer otra cosa con un peregrino; pero no descartemos de ninguna manera que Gregorio calculase al milímetro la necesidad de encajar a la perfección sus relaciones con el futuro emperador, obteniendo las ventajas pertinentes. Encaje de relaciones, esa era la cuestión esencial.

El “Rey de romanos” se humillaba ante su enemigo Gregorio VII para conseguir una victoria táctica. Pero claro, en cuanto se sintió fuerte no cumplió nada de lo pactado, por lo que Gregorio lanzó un nuevo anatema contra él. Ya era tarde para los intereses de Gregorio. Enrique convoca un nuevo Concilio y nombra a Clemente III Papa, para que inmediatamente le corone emperador del Sacro Imperio. Entra en Roma y obliga a Gregorio a refugiarse en el Castillo de Sant´Angelo en primera instancia –otro aposento que sería bueno que tuviera voz-; y a retirarse fuera de Roma, donde moriría excluido del papado. Por su parte Enrique, ni mucho menos encontraría la paz en sus territorios, sino que seguiría teniendo que combatir de manera feroz a izquierda y derecha, siendo finalmente depuesto en 1105 a instigación de su hijo y heredero, y de su segunda esposa, es decir, de los suyos; falleciendo al año siguiente. En ese momento, faltaban sólo dos años para que las tropas de Alfonso VI sufrieran, a manos de los almorávides, la tremenda derrota de Uclés (1108), quedando su reino en peligro muy serio de extinción.

Ya he escrito en otras ocasiones que la historia no se repite con exactitud. Es imposible recuperar a sus protagonistas y, sobre todo, los diversos contextos diacrónicos que deseemos comparar nunca son completamente idénticos. Pero me parece claro que puede desempeñar un potente papel indicador de apoyo para los análisis de futuribles en escenarios actuales, siempre que huyamos del malhadado “presentismo” que tanto daño está haciendo a la “Historia para Dummies” que suele contarse hoy día por sectores interesados. Y aquí, en este ejemplo, tenemos un choque brutal por el concepto de soberanía entre dos poderes, que recelan entre sí, que no son más que “compañeros” muy accidentales de viaje, en que una de las partes se desarma por completo para obtener el perdón de la otra, desarrollando a continuación una venganza sin límites. El resultado, la destrucción de las dos prosas en presencia, porque poesía hay poca en el asunto. Y no hablo de reino y papado, sino de Enrique IV y Gregorio VII. De las personas protagonistas. Sólo de ellas.

Para terminar, déjenme que les confiese que no tengo muy claro si este caso en particular servirá para arrojar luz a nuestro previsible futuro más inmediato, dado que Canossa no es Bruselas, y Gregorio  VII no era un prófugo de la justicia. Por tanto, no puedo cabildear si este ejemplo histórico será certero o no para la España de hoy, pero recordado queda. Y les invito a retener lo fundamental: España superará esta profunda crisis actual y el buen gobierno y buen tino volverán a regir los asuntos de nuestra Ínsula Barataria, mucho más allá de los siete días que recoge nuestra excelsa literatura. No sólo es que lo esperamos todos los que la amamos, sino que así será.

Jacinto Romero Peña

Español de a pie

Grado en Geografía e Historia, UNED

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