Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, ha declarado que: “Si no hay pobres y clase obrera, perdemos los votos y no gobernamos”.
Esta frase, pronunciada con rotundidad y sinceridad, refleja lo que son los ciudadanos para un político populista y autócrata como López Obrador y lo que lo son para un demócrata liberal como el socialdemócrata sueco Olof Palme, quien declaró a Felipe González Márquez y a Mario Lopes Soares que él gobernaba para “que todos los suecos fuesen ricos”.
El primero los quiere subvencionados, pobres y dependientes para tener perennemente su voto; el segundo, ricos y libres.
En el desgobierno de coalición de Pedro Sánchez Pérez-Castejón hay más titulares de carteras que piensan como López Obrador (¿Yolanda Díaz Pérez?) que los que trabajan para conseguir lo que quería Palme. No hay más que analizar sus políticas y comprobar lo que hacen con el dinero del contribuyente para cronificar y aumentar la mamandurria: preferir subsidios a salarios mediante dádivas a tutiplén; imponer la confrontación y la división a la paz y la unión; asfixiar con impuestos a la clase media para convertirla en clase pobre; inventar y aumentar cargos públicos bien regados para miembros del partido, familiares y amigos, y a amigos de los amigos; desincentivar el mérito y el esfuerzo, empeorar la educación y la sanidad pública, poner trabas y gravámenes confiscatorios a las empresas privadas y perseguir a los empresarios que crean riqueza.
Allí donde se bajan los impuestos, se acaba con la mamandurria, se gestiona con honradez y eficacia el dinero del contribuyente, se busca lo que nos une frente a lo que nos separa y se incentiva el trabajo en lugar de la holgazanería, aumenta la riqueza de cada uno y la renta per cápita colectiva, mejoran la educación pública, la sanidad y el bienestar, y se crean empresas que ofrecen empleos y generan prosperidad. Claro que para esto hay que ser político ocasional y a tiempo completo al servicio del ciudadano, y no líder caudillista fijo que hace de su necesidad virtud y al que sirven los ciudadanos y se muestran genuflexos “sus” empleados.
Como ha dicho César Antonio Molina: “Estamos entrando en una sociedad en la que renuncias al pensamiento y la libertad a cambio de comer”.
Yo sustituyo algunas palabras y añado otras para que la frase sea: Los autócratas y dictadores nos están llevando a una sociedad en la que la mayoría renuncia al pensamiento y la libertad a cambio de comer. Por eso han sido siempre dañinos esos especímenes y no los políticos demócratas y liberales. La desgracia es que andamos escasos de los segundos y muy sobrantes de los primeros.