Párroco de Villamuñio, León

Año Nuevo… Vida Fiel

Lo de “año nuevo, vida nueva”, carece por tanto de justificación racional

Año Nuevo… Vida Fiel

Y es que la novedad por la novedad, no se justifica en cuanto variar por huir de lo ya usado y cotidiano.

Se puede explicar, como aburrimiento de lo consuetudinario, por muy justo, conveniente y necesario que sea lo cotidiano, pero la santa monotonía del deber bien cumplido y las satisfacciones de la paz conquistada a cada hora, acabando el día dando gracias a Dios         por todas las providencias a nuestras espaldas, es la felicidad del católico que se sabe en el  camino de la realización de una misión personal y por eso, intransferible.

Lo de “año nuevo, vida nueva”, carece por tanto de justificación racional, cuando lo nuevo por lo nuevo, no es más que un intento de improvisaciones futuras sin dirección concreta, ni propósitos enmendadores de posibles errores (conscientes o inconscientes).

Un año nuevo, por el hecho de ser un espacio temporal que se nos brinda en este largo escenario para desarrollar nuestro papel encomendado en los planes divinos religiosos y trascendentes, no ha de ser invitador a una vida nueva, cuando esa vida es el único designio encuadrado en la justísima Ley de Dios, y en la única dirección que cada ser humano ha de realizar en su contexto religioso como hijo adoptivo de Dios, llamado a una misión en el conjunto de “la congregación” de los fieles católicos, cuya cabeza visible es el Papa”.

Esa es la definición de la Iglesia única y verdadera fundada por Nuestro Señor Jesucristo.

Conscientes de nuestras sagradas obligaciones del cada día, duremos lo que duremos en lo que la divina Providencia nos haya dispuesto, el año nuevo, como cada día nuevo, no puede apartarnos de la única dirección que la brújula de nuestro destino nos ha marcado y de la que en sabia frase del filósofo Sócrates, ha de contar previamente con el “conócete a ti mismo”.

La felicidad del  ser humano, consiste en adecuar realizando con fidelidad ese plan en el que nos sabemos ajustados a nuestro tiempo, lugar, circunstancias favorables, trabajos y esfuerzos proporcionados al logro de esos frutos morales programados.

De ahí, la grave distinción entre felicidad y satisfacción.

La felicidad, se conquista por méritos propios (y ayudados por la gracia divina) y la satisfacción, es un placer pasajero, temporal e inconsistente como gusto de los sentidos o una paz caduca, como ausencia momentánea de problemas.

Por eso, la felicidad celestial, se define como “una felicidad sin defecto ni límite”, opuesta a la satisfacción humana sensorial e inestable, dependiente de los baches de lo imprevisto, sino de una historia compuesta de sacrificios y virtudes mantenidas en el tiempo, sea del año que venga o del que pase.

Frente a una “vida nueva”, una “vida leal”, asentada en la nobilísima convicción de las verdades eternas y para mejor ambiente favorecedor, en una España de Unidad Católica y mundial, como es lo verdadero e intransferible. La manía tópica de identificar lo nuevo, necesariamente con lo mejor, es tan absurdo como identificar lo viejo, con lo caduco.

Los vicios y las virtudes, son tan viejas como el ser humano, cuando perdió los dones y privilegios de su estado paradisiaco de naturaleza pura.

Desde entonces, comenzaron sus tropiezos morales cuando ya su voluntad, no siempre obedecía a la razón lógica a falta de esa integridad entre mente y voluntad.

Dañados en nuestra naturaleza por el  pecado original, aunque redimida (a Dios gracias en la pena eterna) pero mermada en integridades espirituales es por la soberbia de nuestros primeros padres, nos vemos hundidos en los peligros del pecado, que no consiste en la ignorancia o confusión  entre el bien o el mal, sino                     en la soberbia consciente contra el bien obligado e intemporal.

En el “Fausto” de Goethe, Mefistófeles dice: “Es sabido de este mundo, que el placer tiene sus horas amargas, como tienen los pesares sus momentos de felicidad”.  Solo que esa “felicidad”, es sensorialidad de unos instantes, no compensable con los pesares que perduran en la conciencia del vicioso, en el amargor del tiempo siguiente por lo mal vivido.

También escribió Goethe en esa misma obra:

  • “El crimen, las sombras busca
  • Y en ellas cual libertino,
  • Busca esconderse.
  • Es del  crimen la luz,
  • El mayor castigo”.

No pasa el tiempo por la Verdad. Es la Verdad la que pasa por los siglos.

Lo verdadero, es eternamente nuevo.

Jesús Calvo Pérez

Párroco de Villamuñio, León

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído