«Un par de horas después de haber celebrado misa en la parroquia de Santa María de Jesús delante de sus feligreses, el párroco de dicha iglesia se puso al volante de su coche, un BMW Compact, y a la altura de la calle Cuenca de Valencia se llevó por delante varios vehículos que estaban estacionados en dicha vía -nueve motos y dos turismos-, así como las mesas y las sillas de la terraza de un bar próximo. Tras la colisión el cura siguió circulando unos cien metros hasta que finalmente chocó contra una farola y el bordillo. Según pudo comprobar posteriormente la Policía Local de Valencia, el cura circulaba bajo los efectos del alcohol.”
Que lujo de detalles, ¿verdad? Poco que ver con la magra información publicada sobre la genealogía y religión del conductor del camión responsable del reciente atropello en Sevilla, en que perdieron la vida seis personas; entre ellas, dos guardias civiles. Lo único que ha trascendido es que el camionero no iba bebido… ¿Entonces, por qué?
Quien sí iba bebido fue el conductor que hace unos años acabó con la vida de un matrimonio en Valencia. El borracho era un rumano de 33 años; las víctimas dos ancianos octogenarios que llevaban casados 55 años. No voy a hablar de curas borrachos, ni de negacionistas del alcohol. Voy a hablar del estiércol de los hipócritas.
Como fumador que soy, entiendo que se intente erradicar dicha adicción de la sociedad actual. Entiendo, comprendo, comparto y aplaudo, la prohibición existente de anunciar el tabaco en prensa, radio, y televisión. Entiendo, comprendo, y comparto, la prohibición de fumar en los aviones, trenes, transporte público, lugares de trabajo, hospitales, espacios públicos cerrados, etc… Todo me parece muy bien, porque soy una persona muy tolerante hasta con los intolerantes.
Lo más curioso es que muchos de estos nuevos ´torquemadas´ que tanto se preocupan por la salud de su prójimo, son los mismos que reclaman con sus graznidos herodianos el aborto libre y gratuito con cargo al bolsillo de todos los contribuyentes, importándoles una higa la salud de los prenatales.
Yo soy fumador y sin embargo estoy a favor de la prohibición existente de publicitar el tabaco en prensa, radio, y televisión, como también estoy a favor -por coherencia- de prohibir la publicidad de bebidas alcohólicas.
Lo curioso del caso es que seguimos viendo anuncios de bebidas alcohólicas por todos lados, con el placet del gobierno de turno. Si el alcohol es adictivo y además perjudica a la salud, ¿por qué permiten su publicidad? Es más, dicen que el tabaco afecta a la salud de quien está al lado, los llamados fumadores pasivos, y lo bien cierto es que no se dé ningún ´no fumador´ que haya fallecido debido al tabaco inhalado del vecino; sin embargo sí que conozco multitud de casos de personas inocentes que han muerto atropellados por un conductor borracho.
No conozco ningún caso en el que el tabaco haya sido el origen de un caso de violencia de género, o el responsable de la ruina de un hogar; por el contrario son innumerables los casos de matrimonios deshechos, hogares destrozados, fruto de la incidencia del alcohol en la violencia intrafamiliar.
Puede que haya algún caso de alguien que haya perdido su puesto de trabajo por culpa del tabaco. Puede que lo haya, pero yo no conozco ninguno; sin embargo, sé de muchos borrachos impenitentes que han destrozado su vida laboral y familiar por culpa de la botella. Y ello por no hablar de los accidentes aéreos provocados por pilotos con dos copas de más.
¿Por qué se prohíben los anuncios de tabaco, y no los de las bebidas alcohólicas? Pues simplemente por puro fariseísmo. No olvidemos que la jet set española con la que se codea nuestra merecida clase política – somos así de malos – está llena de propietarios de bodegas de renombre y solera; desde cava, hasta brandi, pasando por un sinfín de marcas de cerveza y bebidas espirituosas tales como el ron. Es más, estamos hablando de anuncios descaradamente engañosos, en donde se dice subliminalmente que si consumimos una determinada marca de vermut, ron, o licor, nos van a perseguir unas señoras despampanantes, que nos van a chupar hasta los tuétanos.
De unos años a esta parte, los paquetes de cigarrillos llevan unas repugnantes fotografías, a todo color, de pulmones de personas fallecidas de cáncer de ídem, así como una imagen – especialmente vomitiva – en la que se ve en primer plano el rostro y el cuello de un muerto por cáncer de garganta; al cadáver de la imagen le han pegado un bigote postizo, como los que venden en las casas de artículos de broma, supongo yo que para que no lo reconozcan sus familiares y le metan al Estado una demanda multimillonaria.
Y ahora digo yo, ¿por qué no ponen encima de las etiquetas de las bebidas alcohólicas [cava, vino, ron, licores, cerveza, etc…] fotos de cadáveres fallecidos de cirrosis hepática; o – más fácil aún – de cadáveres desmembrados tras un accidente de tráfico producido por un conductor bebido? ¿A que no tiene el gobierno huevos para hacerlo?
No pido una “ley seca”, Dios me libre, lo único que pido a los mandamases de turno es que sea coherente, y si prohíben los anuncios de tabaco, que prohíban también los del alcohol; pero claro, para eso hace falta cojones, los mismos cojones que faltan a la hora de multar a los coches aparcados, hasta en cuarta fila, cada vez que hay un partido de fútbol; sin embargo, esos mismos policías locales que hacen la vista gorda con los vehículos de “la afición futbolera”, crujen al pobre desgraciado que aparca un momento en doble fila para acompañar a su madre de noventa años, hasta el portal de su domicilio.
De verdad que en ocasiones entiendo a los sociópatas; dicen que la sociopatía es una enfermedad mental, yo más bien pienso que es una enfermedad sexual; me explico, el sociópata es alguien que está hasta los cojones de que se los toquen sin su permiso. El sociópata es alguien que está harto de morder la almohada, mientras la Administración le echa su aliento en el cogote. El sociópata no nace, sino que lo hacen; y crece lozano, abonado por el estiércol de los hipócritas.