“Yo también soy de la generación de “la leche en polvo americana” y logré salir indemne…”
Como cuento en el primer capítulo de mi libro «España saqueada, por qué y cómo hemos llegado hasta aquí… y forma de remediarlo», mis padres me llamaron a la vida, me trajeron a este mundo el siete de julio de mil novecientos cincuenta y siete, dieciocho años después del triunfo del ejército del General Franco sobre el bando republicano. Casualmente, cuando murió el General yo acababa de cumplir dieciocho años…
Pertenezco, por tanto, a la “generación de la leche en polvo americana”; sí, a la época en la que la gente pedía las cosas por favor, daba las gracias, los buenos días, las buenas tardes, y las buenas noches; los niños y jóvenes trataban a las personas adultas “de usted” (incluyendo a los padres, abuelos, maestros, vecinos…) se levantaban de su asiento cuando el profesor entraba en clase, en señal de respeto (a nadie se le ocurría salir corriendo del aula cuando sonaba el timbre anunciando la hora del recreo, o de que la jornada escolar se había terminado, hasta que el profesor daba permiso para levantarse y salir…) y por supuesto, a ningún padre o ninguna madre se le ocurría ir a reñirle al profesor de su hijo, o discutir, o cuestionar la labor del profesor, cuando el niño (o la niña) regresaba a casa quejándose de que había sido reprendido, o castigado “injustamente”, y menos yendo de la mano y en presencia de su hijo… Por supuesto, había un general consenso respecto de que “para educar a un menor es necesaria toda la tribu”, nadie tenía la ocurrencia de reñirle al vecino por haber tenido la osadía de reprender o castigar a su hijo, e incluso por haberle dado un guantazo, o una colleja… Se daba por supuesto que, si el adulto actuaba de tal modo, era porque el niño se lo merecía…
En la España de entonces había cuestiones que nadie transgredía, nadie cuestionaba, por la sencilla razón de que todo el mundo consideraba que las fórmulas convivenciales que funcionaban, no había ninguna necesidad de cambiarlas. Pese a que en la actualidad haya mucha gente que nos pinte aquella época como un infierno absolutamente insoportable, poco menos que un estado policial, en el que la gente “funcionaba” a base del miedo y la represión, la coacción constante, con mayor o menor violencia, “la letra con sangre entra”, y cosas por el estilo; todo aquello, aparte de no ser percibido como una crueldad insoportable, salvo que alguien no sepa de qué está hablando, nadie puede afirmar -sin caer en la mendacidad- que tales cosas eran cosa exclusiva de la España franquista, dictatorial, liberticida, y etc. Cualquiera de las democracias occidentales de la época, poseían formas de convivencia similares, trataban y educaban a sus hijos de forma similar, y en todos los países supuestamente “modernos” de entonces, salvo raras excepciones se consideraba “legítimo” reprender y corregir de forma “razonable” a los menores, incluso recurrir al castigo físico. Tal es así que en determinados lugares que se nos ponen generalmente como ejemplo de país avanzado, aún se sigue considerando legítimo que los padres y educadores abofeteen a la infancia.
La “España nacional-católica” era tal cual era, para bien y para mal, con sus defectos y sus virtudes (sí, también tenía virtudes pese a que muchos lo nieguen), Como es de imaginar, yo también fui educado en una familia tradicional, católica, apostólica y romana… un día, cuando apenas contaba con 8 años, superé el examen de “ingreso” y pasé a estudiar lo que entonces se conocía como “bachillerato elemental”.
Como no podía cursar tales estudios en el pueblo en el que yo residía pues solo se podía estudiar Enseñanza Primaria, no había otra opción que estudiar “interno”.
Conseguí una beca del Estado, para lo cual era necesario superar un examen bastante complicado que, tenía por nombre “pruebas objetivas”. Calculo que apenas el cuatro o cinco por ciento de los alumnos, del mundo rural, continuaba estudios una vez concluida la enseñanza primaria. Con la beca conseguida (para renovarla había que ser exitoso año tras año y conseguir buenas notas) y lo que pudieron aportar mis padres, que no era mucho, fui a estudiar al Colegio Nuestra Señora de la Granada, de Llerena, capital de la comarca de “la Campiña”, provincia de Badajoz.
Hasta que entré en la adolescencia no supe (mis padres tampoco) que aquel era un centro de estudios del “Opus Dei” (mejor habría que llamarlo de “la Opus Dei”, la Obra de Dios”)
Quien haya visto la película de nacionalidad franco-suiza-alemana, “Los chicos del coro”, del director Christopher Barratier y se haya deleitado escuchando a los coristas, podrá suponer perfectamente cómo era la vida del internado en el que viví –mejor dicho “sobreviví”- durante dos largos, tremendos años, en la década de los años sesenta del siglo pasado. Allí, como yo suelo decir, “hice la mili con nueve años” –así se llamaba el servicio militar obligatorio, para los varones, hasta que el Gobierno de José María Aznar, del PP, lo eliminó, y creó el ejército profesional.
La vida en el Colegio Nuestra Señora de la Granada, de Llerena, era calificable de militar e incluso carcelaria. Rara era la semana que algún alumno interno no saltaba la tapia para escapar de aquel régimen absolutamente autoritario y represivo, aderezado por las enseñanzas de José María Escrivá de Balaguer, hoy “Santo” de la Iglesia Católica. Un ambiente como el que describo propiciaba que la gente se agrupara en pandillas, para protegerse de la furia incontrolada de los alumnos más violentos o agresivos… Yo me sentía profundamente vulnerable (era de los más pequeñitos, si no el que más), en medio de un entorno absolutamente hostil, profundamente indefenso, vapuleado por todos lados, por una parte, la irracionalidad del régimen disciplinario del colegio que llegaba a una enorme estupidez, y por otro lado los alumnos que acababan descargando su ira en quienes percibían como más débiles e indefensos. Sufrí aquello que hoy se denomina “bullying”, acoso escolar, u hostigamiento por parte de matones o aprendices de matones…
En el internado de Llerena había estudios obligatorios para dar y tomar, nos levantaban bien temprano, primer estudio obligatorio, tras de ello visita a la Capilla (con lectura de algún pasaje de “El Camino” de Escrivá de Balaguer) posteriormente desayuno, luego a clase… teníamos algunos ratos de recreo, a mitad de la jornada matinal y antes de la comida de medio día. Tras la comida, vuelta al aula. Y cuando finalizaban las clases, teníamos un rato de ocio y merienda (siempre la misma merienda, pan y salchichón) Antes de cenar siempre había otro estudio obligatorio. Y antes de irnos a descansar, había que pasar nuevamente por la Capilla. Si no recuerdo mal, también había misa diaria, aunque no era totalmente obligatoria.
Periódicamente, también, había ejercicios espirituales, siguiendo las normas de San Ignacio de Loyola en los que se creaba un “microclima” especial en el que uno se sentía en especial comunión con los compañeros y con Dios…
Cuando ordenaban que cada cual fuera a su cama/litera, también había posibilidad de asistir a otro estudio, éste, claro está, voluntario.
En el internado debo de reconocer que me enseñaron a estudiar, es de lo poco que les puedo agradecer. Ni que decir tiene que aquello era una fábrica de ateos, anti teístas y anticlericales. No conozco a nadie que pasara por allí y siga siendo creyente, o que profese la religión católica. En este sentido eran especialmente torpes, el Opus Dei, no era muy hábil en aquello de la propaganda y la divulgación del Evangelio.
Al cabo de los años me quedé perplejo al descubrir entre las filas del PSOE a algún que otro profesor o vigilante, de los más sádicos y crueles, travestidos en demócratas de toda la vida.
“Mi colegio”, no podía ser de otro modo, era uno de los más prestigiosos de Extremadura, y uno de los más exitosos en cuanto al número de alumnos que acaban sus estudios de forma “provechosa”. Hasta tal punto que había entonces un concurso en la televisión (una, la única, en blanco y negro) presentado por Daniel Vindel, de nombre “Cesta y Punto” en el que el Colegio Nuestra Señora de la Granada de Llerena, llegó a la final y ganó en más de una ocasión.
Yo era tal como el niño que aparece en la película “Los chicos del coro”, que siempre estaba esperando a que su padre fuera a recogerlo, y nunca iba a por él; bueno, en mi caso fue mi padre a visitarme varias veces, y una de ellas me habían castigado, e impidieron que mi padre me viera, y luego me lo contaron. ¡Huelgan comentarios!
Una vez acaba mi estancia en el internado de Llerena, debido a que, a mi padre, Guardia Civil, lo trasladaron a Villanueva de la Serena, pasé a estudiar «externo» … por aquellas fechas, con 11 años, yo ya me había afiliado a la Organización Juvenil Española, lo cual me permitió participar en múltiples actividades de marcha y acampada en la Naturaleza, aparte de actividades culturales de todo tipo, así como hacer amigos, viajar por toda España, asistir a campamentos de verano y Semana Santa… Muy pronto me convertí en dirigente juvenil, tras asistir a multitud de cursos de especialista en actividades de tiempo libre. También, mi pertenencia a la OJE, me dio la oportunidad de conocer en profundidad la “ideología joseantoniana”, cuando rondaba los 15 años me afilié a la “Falange Auténtica”, obviamente clandestina y antifranquista…
Transcurrido el tiempo, mi pertenencia a la Organización Juvenil Española me dio la oportunidad de ingresar en la Academia Nacional de Mandos, José Antonio Primo de Rivera, donde permanecí hasta el año siguiente a la muerte del General Franco. La Academia José Antonio era el centro de élite del régimen, allí se podía estudiar Ciencias Políticas, Educación Física, Magisterio… Todo ello durante cuatro años, con los mejores y más expertos profesores de las diversas universidades de Madrid… Allí puedo afirmar que, alguna manera, repetí lo de hacer la mili… también allí fui víctima de acoso, pues, en todos sitios cuecen habas, y suele haber, inevitablemente gente estúpida.
Mi estancia en la capital del reino coincidió con la agonía del General Franco y su régimen, y el comienzo de lo que luego se denominó “transición” … Yo fui de los que corrieron delante de los “grises” … y un día, fui detenido por estar en el momento inoportuno en un lugar que no debía… Eso dio lugar a que el equipo directivo de la Academia José Antonio me invitara a marcharme, cuando cursaba el segundo año, sus palabras fueron “o te marchas o te echamos, tú eliges” … Cuando murió el General Francisco Franco yo acababa de cumplir 18 años.
Pero, ya entonces (y en ello me venía entrenando desde la infancia) tanto yo, como mi pensamiento, éramos “culo de mal asiento”, sí, mi pensamiento generalmente nunca ha tomado asiento y ha estado, y seguirá estando, de paso… Es por ello que, salvo excepciones, es mucha la gente que conmigo se siente un tanto, o un mucho, desconcertada… Es por ello que, siempre ha habido muchos (a veces demasiados) estúpidos y malvados que se han sentido retados por mí, aunque yo no me lo propusiera.
En aquellos años últimos de la década de los 70, con mi título de “Profesor de EGB” bajo el brazo, me marché para Barcelona, allí estuve dos cursos trabajando como profesor…
Tuve que regresar a Badajoz, pues, en aquellos tiempos de “desigualdad” a los hombres, varones, se nos robaba año y medio de nuestras vidas con aquello que se denominaba “servicio militar”, conocido popularmente como “la mili”. Yo, después de haber hecho la mili varias veces a lo largo de mi vida, una de ellas alrededor de mis 14 años, en un campamento “premilitar” en la OJE, para disgusto de mi padre, cuya mayor ilusión hubiera sido que yo ingresara en la Academia General Militar y siguiera su mismo camino, decidí negarme a hacer la “mili”, fundamentalmente porque consideraba que era una pérdida de tiempo y un año y medio de mi vida que, me iban a robar… y nunca recuperaría.
Durante años, hasta que José María Aznar concedió una especie de “amnistía” a los que entonces nos hacíamos llamar “objetores de conciencia”, tuve que pasar periódicamente ante las autoridades militares, y se me retiró el pasaporte y se me impidió viajar al extranjero…
Pues bien, a pesar de todo, ahora con mis 66 años, soy de los que se preguntan si no sería conveniente instaurar alguna especie de mili… la mili, ayudaría a recuperar las virtudes castrenses. A una sociedad blandita como esta, no le vendría mal un poco de disciplina, de sentido del deber… y también de gratitud: devolver a la sociedad algo de lo que la sociedad nos da con absoluta gratuidad.
Afirmar lo que acabo de escribir es seguro que escandalizará a más de uno, especialmente si pertenece esos españoles que dicen ser «progresistas». Por otro lado, a pesar de que los españoles no hayamos sufrido, afortunadamente, desde hace tres cuartos de siglo, la guerra ha dejado de ser un imposible en la Europa de la que formamos parte. ¿Hay que evitarla por todos los medios? Claro, por supuesto. Pero, ¿Hay que prepararse para esa hipótesis? Pues tampoco hay que desecharlo…
En España, las Fuerzas Armadas son una de las instituciones más valoradas por la sociedad, pero el porcentaje de ciudadanos dispuestos a arriesgar su vida por el país es muy escaso, según la mayoría de estudios de opinión y encuestas realizados. La cercanía de la guerra de Ucrania ha podido variar algo este porcentaje, pero no en grandes cifras según coinciden los expertos. «El debate sobre una vuelta del servicio militar obligatorio tendría que ir precedido de una causalidad -explica Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano-. En los países nórdicos por ejemplo sí hay una percepción real de riesgo que no se da en España».
Por otro lado, quienes nos preocupa la destrucción de la Unidad de España, también pensamos que un período pasado en compañía de otros jóvenes en parecidas circunstancias, pero procedentes de una Taifa distinta, sometidos a una disciplina, y viviendo en otro lugar de España, diferente del de origen, podría contribuir a despejar las telarañas mentales que les mantiene atados al terruño y a las entrañables e insignificantes peculiaridades de su región de origen.
La Constitución Española de 1978 –aunque no sea demasiado respetada, tanto por el gobierno central como los de muchos gobiernos regionales- afirma en su Art. 30.2: «La Ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará, con las debidas garantías, la objeción de conciencia, así como las demás causas de exención del servicio militar obligatorio, pudiendo imponer, en su caso, una prestación social sustitutoria». La supresión del servicio militar obligatoria, por lo tanto, podría ser revocada legalmente por Ley, si el Gobierno y las Cortes lo considerasen necesario, anulando la vigente Ley Orgánica que regula la defensa nacional. Desde el punto de vista formal, en consecuencia, la pregunta de si es legítimo recuperar la mili es un rotundo SÍ, aunque es seguro que los habitantes de una de algunas de las 17 Taifas posiblemente serían «depende».
Así que ha llegado el momento de contestar la pregunta inserta en el título de este trabajo: ¿es necesario, o al menos conveniente, hoy en España el SMO? Para ello conviene desdoblarla en dos: ¿es necesario o conveniente hoy en España el SMO atendiendo a razones militares?; y ¿es necesario o conveniente hoy en España el SMO por motivos ajenos a lo militar?
La primera parece más fácil de contestar. No es una casualidad que las naciones europeas que conservan el SMO estén entre las de menor población de Europa, lo que dificulta llenar los cupos de profesionales. España, por el contrario, es la cuarta nación de la UE por población, y la recluta de voluntarios, incluidas mujeres y extranjeros, parece razonablemente saludable. Añádase que la exigencia de personal es muy superior en caso de guerra en el propio territorio que en lugares alejados, pero España, cuyo territorio metropolitano está en una península sudoccidental de Europa, a su vez una península hacia el suroeste del continente indoeuropeo, puede sensatamente esperar que las guerras en que se vea obligada a participar sean de tipo expedicionario, en las que prima la calidad del combatiente, justamente lo que proporciona un sistema de voluntariado profesional.
En los años 60 y 70 del pasado siglo las Fuerzas Armadas se enorgullecían de su contribución a la erradicación del analfabetismo en España, loable tarea, pero ciertamente impropia de la defensa, que tiene otras prioridades mucho más perentorias. La educación universal y el progreso general acabaron con ello, pero no parece que completar la educación general del joven que la ha recibido de manera precaria o incompleta debiera ser una consideración. Ese uso espurio de las Fuerzas Armadas en cuestiones ajenas a la defensa, más allá del apoyo a las fuerzas de la Ley y protección civil cuando se ven superadas, ha dejado herencia bien reciente con la formación de la Unidad Militar de Emergencias, desviando así medios materiales y humanos de su genuina función a la de bomberos, para resolver el problema de las llamadas autonomías que, por un criminal sentido del particularismo rechazaban la colaboración en la extinción de incendios forestales de los bomberos de la autonomía vecina.
Y es que las Fuerzas Armadas son siempre eficaces y eficientes en todas las tareas que se les encomiende, porque tienen la organización y la disciplina para ello. Están preparadas para operar en la mayor catástrofe posible, que es la guerra, así que todo lo demás es más fácil. La falta de comunicaciones locales a causa de incendios, la desaparición de carreteras por erupciones volcánicas, la evacuación de bajas en todo caso, son obstáculos menores en comparación con la destrucción que causa la guerra. Pero ello no es razón para asignarles tareas civiles de manera estable, en perjuicio de su misión, más que primaria exclusiva, de ser el brazo armado de la acción exterior del Estado.
Otro aspecto es el del conocimiento de otros rincones de la patria lejos del amado terruño, factor muy citado en los debates en Francia sobre este mismo asunto por los que preconizan (el presidente Macron entre ellos) la instauración de un servicio a la nación cívico-militar de muy corta duración, tal vez un mes. En España, durante los años del SMO, este objetivo se acometió de manera deliberada, incrementando lo que el SMO ya de por sí proporcionaba, con el Turismo Educativo del Marinero (presumo que habría también un Turismo Educativo del Soldado, pero mi memoria no llega a tanto), con una organización no muy diferente al IMSERSO de hoy: autobuses, lugares turísticos fuera de temporada, etc.
Es innegable que el mayor conocimiento mutuo de los jóvenes de distintas regiones españolas sería beneficioso en muchos sentidos, fortalecer y preservar la Unidad de España el primero de ellos. Pero esto hay que sopesarlo frente al indudable perjuicio que causaría a la eficacia de la defensa, que es la razón primaria de la existencia de las Fuerzas Armadas. Recordemos además que la generalización de la objeción de conciencia –mucho más abundante en Cataluña y el País Vasco que en el resto de España- fue uno de los principales factores que pesaron en la decisión de abolir el SMO, y que es seguro que ello no ha mejorado, más bien al contrario.
Tal vez un servicio cívico-militar obligatorio, pero muy reducido, al estilo del proyecto francés, y limitado en su parte militar a unidades poco exigentes en términos de adiestramiento, podría cumplir esos objetivos de generalizar el conocimiento de España y alzar la mirada del joven a un horizonte más lejano que el terruño. Pero, eso sí, siempre que no interfiera con la eficacia militar.
He esperado hasta el final para subrayar que, en estos tiempos dramáticamente centrífugos que padecemos, que, hasta mediados del siglo XIX, ya bien establecido en España el SMO, el reclutamiento en Cataluña y País Vasco se hacía fundamentalmente para engrosar las filas de las milicias locales, no del Ejército español. Tal regulación, u otra parecida que no dudo que los políticos separatistas reinventarían e impondrían hoy (cosas más difíciles han hecho y están haciendo) anularía por completo las ventajas del pretendido conocimiento mutuo, además de generar otros perjuicios que el lector puede fácilmente imaginar.
Muchos son los que consideran que el sistema actual cubre razonablemente nuestras necesidades, y que el regreso al SMO no proporcionaría especiales ventajas, o beneficios, que compensaran la conmoción social y política que ello produciría, e incluso añaden que podría generar graves inconvenientes… pero, como poco, recuperar el servicio militar obligatorio (no sólo para los varones) supondría aumentar la cultura de defensa de los españoles y que los ciudadanos se sientan «partícipes» de la protección del Estado.
¿Quién se atreverá a ponerle el cascabel al gato?
Tiempo al tiempo…