Tras dejar claro que, ni tenemos Constitución, ni tampoco Parlamento, vamos con otra, que también se las trae.
Comparemos, una vez más, lo que nos aseguran que hay, con lo que en realidad padecemos.
Cada cuatro años, como mucho, nos convocan a un proceso que llaman “Elecciones generales”.
Empezamos bien: primera inexactitud porque, en realidad, son Presidenciales, pero de modo indirecto, al igual que en los EE.UU: aquí, como allí, el grupo de personas salidas del proceso, es el que realmente elige al Jefe del Ejecutivo.
Sigamos:
Imaginen la escena: una señora le pregunta a su marido:
¿Te parece bien que vayamos esta tarde a escoger los disfraces para el baile del Sábado?
Una vez en el establecimiento, la mujer le conmina:
Aquí tienes un montón de ellos. Elige el que prefieras; pero eso sí: siempre que sea de buzo o de picador.
El marido protestará extrañado de que a eso lo llame elegir; la señora le remitirá al diccionario, pero no creo que el hombre se quede muy convencido.
Otra más sobre el mismo asunto: en 1974, con Franco todavía vivo, sus Cortes debatían la llamada Ley de Régimen Local. Un prohombre del Régimen, probablemente con las piernas temblando, se dirigió así al Caudillo:
Excelencia, muchos Procuradores querrían que, al menos en las grandes ciudades, los Alcaldes fueran elegidos por votación popular.
La respuesta de Franco fue antológica:
Me parece muy bien; por supuesto, siempre que a los candidatos los elija yo.
Aquí va otra: Platón, hace nada menos que veinticuatro siglos, dejó sentado un Principio, tan de Perogrullo, que, desde entonces nadie ha osado discutirle una coma:
“El principal objetivo de todo sistema político es, de un lado, conseguir que nos gobiernen los mejores, entiéndase los más honrados y competentes; tan importante como eso ha de ser cerrar el paso a todos los que no hayan demostrado suficientemente estar en posesión de ambas virtudes”
Ahora, sean sinceros: ¿incluirían ustedes a cualquiera de nuestros últimos tres Presidentes del Gobierno, Zapatero, Rajoy y Sánchez, entre el millón de españoles más capacitados para ostentar el cargo?
Ya que hemos viajado a la Grecia clásica, volvamos a Platón, que, en uno de sus inmortales diálogos, pone en boca de Sócrates este inteligente consejo.
El bobo de turno le pregunta: “Maestro, ¿a quién debemos votar?”
El filósofo, que por algo era filósofo, respondió:
– “Siempre, siempre, hay que elegir a aquellos que menos ansia tengan de alcanzar el Poder; a los que estén llenos de ambición, jamás debemos apoyarles”
Ahí va la última de la primera parte: tomen, con la imaginación, una cuartilla en blanco; en la columna de la izquierda escriban las cualidades que, en su opinión, debe atesorar todo candidato a la Presidencia del Gobierno: capacidad y experiencia en gestión, puntería a la hora de elegir colaboradores, habilidad para fijar objetivos y medios para alcanzarlos; eficacia en la negociación; audacia cuando la ocasión lo requiera, prudencia si es lo que conviene, inteligencia para discernir cuándo ha de aplicarse una, cuándo la otra…
Vayan ahora a la columna de la derecha: pongan allí lo que realmente necesita una persona para convertirse en candidata a la Presidencia del Gobierno: básicamente, hacerse el amo bien del PP, bien del PSOE y esperar a que le toque.
Si ese buen señor no se ha elegido a sí mismo…
Pasemos a la segunda parte: acabo de retratar la realidad, o sea, el timo, visto desde dentro del propio Sistema; vamos ahora a examinar el mismo proceso, las supuestas Elecciones, respecto al comportamiento de la ciudadanía.
¿Qué se nos pide ante cualquier llamada a las urnas? Que vayamos con tiento, puesto que de nuestro voto depende, nada menos, el Programa que, se supone, ha de desarrollar el Partido ganador, a las órdenes del correspondiente aspirante a la Presidencia del Gobierno; al que tampoco debemos perder de vista.
Lo que exige que, ante esa responsabilidad, examinemos con cuidado, todo lo a fondo que seamos capaces, cada uno de los programas y candidatos a concurso antes de, finalmente, decidirnos por alguno de ellos.
¿Quién hace eso?
Unos votan PP porque creen ser de derecha, otros, PSOE porque de izquierda; un buen número apoya al PP porque no quiere que gobierne Sánchez y, otra cifra parecida, vota a Feijóo porque no desea ver al socialista al frente del Ejecutivo.
¡No era eso lo que nos pedía!
No tenemos más remedio que preguntarnos “entonces, quién narices elige realmente en España?”.
O dicho de otro modo: “¿cuántos en cada convocatoria responden a lo que de verdad se les está preguntando?”
Entiendan que lo deje aquí; añadir algo a todo lo anterior se parecería demasiado a un ejercicio masoquista.
Y bastante nos están atizando como para que, encima, nos revolquemos en la triste realidad.