Quien de la propaganda se alimenta,
como discurre por cabeza ajena,
sin saberlo, la suya se le llena
de doctrina perversa y fraudulenta.
Así, el pobre infeliz, sin darse cuenta,
a la peor tiranía se encadena.
Lo peor es que, al resto, nos condena
a llevar, por su culpa, cornamenta.
Sabio consejo diera Cicerón:
“Jamás debes fiarte, ciudadano,
de lo que cuente la televisión:
te ha de poner a merced del tirano
que pretende robarte la opinión
siempre en contra del Imperio Romano”
No hay que ser Cicerón para advertir
lo que ya, entonces, se veía venir.