Vivimos tan deprisa y estamos tan llenos de prejuicios que prejuzgamos y condenamos sin pararnos a pensar que las cosas no siempre son lo que parecen.
Juzgamos frívolamente, basándonos en las apariencias y sin conocimiento de causa.
Emitimos nuestro inapelable veredicto, sentenciamos, etiquetamos, y continuamos nuestro camino sin mirar atrás…
Tal vez por ello nunca sepamos que la famosa frase que rezaba: “Piensa mal y acertaras”, no fue más que el eructo semántico de un cínico amargado, en un intento de proyectar en su prójimo, su propia indigencia moral.
Con los años he aprendido a no juzgar a nadie, salvo a mí mismo a mí mismo…
Claro, que siempre hay excepciones que confirman la regla, como por ejemplo el caso del sátrapa y la pichona, que a mi juicio son bastante peores de lo que parece, que ya es decir.
Podría extenderme más, porque el tema da de sí, pero no lo voy a hacer porque hay un videoclip que explica perfectamente lo que hoy quiero contar: