Ignacio Ellacuría Beascoechea, jesuita, filósofo, escritor y teólogo, asesinado el 16 de noviembre de 1989 por militares salvadoreños durante la guerra civil en El Salvador, escribió que “Verdad y libertad están estrechamente enlazadas, aunque en el fondo sea más la verdad la que genere principalmente la libertad y no tanto la libertad la que genere principalmente la verdad”. Y añadió que “La interrelación no puede romperse en modo alguno y cada uno de los extremos es necesario para el otro”.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es, entre otros rasgos de su compleja personalidad, un mentiroso compulsivo que destruye el significado del lenguaje, instrumento con el que se ejerce la política, nos priva de la verdad y nos quita libertad. Para él, gobernar es mentir a todos y en todo momento, acentuando de esta manera su rasgo autocrático y su obsesión por adueñarse de los tres Poderes y erigirse en dictador y rompedor de la unidad de España. Hasta el momento domina dos de los tres Poderes definidos por Montesquieu y un cuartillo de Judicial, a través de “su” Fiscal General del Estado (institución integrada en el Poder Judicial) y de “su” presidente del Tribunal Constitucional, órgano político que quiere convertir en tribunal de casación para que sus tropelías y las de sus secuaces queden impunes y no impidan su permanencia en la jefatura del Gobierno. Que lo consiga depende, como en tantas otras cosas, del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), del Tribunal Supremo, de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, de la policía judicial, de la acción de los ciudadanos “libres e iguales” y de los contrapesos que aún no controla.
Dirigir un país a base de escándalo diario de su entorno familiar, gubernamental, de partido y propio es normal en Sánchez, que sigue impertérrito su deambular por Moncloa porque lo que a cualquier gobernante democrático lo dispararía al vertedero, a un indecente y megalómano Pérez-Castejón le importa una higa mientras queden en el zurrón exigencias con las que le multiplica el precio de su respaldo el bloque parlamentario independentista y popular-comunista que le sostiene y él pueda aprobar una “Ley Calígula” (Ignacio Camacho) que cambie la Ley e impida investigar, juzgar y en su caso condenar las tropelías y corrupciones de su esposa, de su hermano y de sus próximos.
Ni por asomo los más acérrimos defensores de la vigente Constitución pensaron que un día llegaría al vértice del Poder Ejecutivo un personaje que utilizase sin decoro ni principios los notables agujeros que dejaron sin cerrar los padres constituyentes en aras de la concordia, el perdón y el olvido. El pacto de caballeros que definió Gregorio Peces-Barba Martínez (PSOE) lo rompieron dos independentistas: Xavier Arzalluz Antia (PNV) y Jordi Pujol i Soley (CDC), y lo aprovecha hoy otro que aprendió de José Luis Rodríguez Zapatero a cavar trincheras y levantar muros (“Nos conviene que haya tensión” -Zapatero a Iñaki Gabilondo-) para volver a enfrentar a los españoles. Menos mal que los compatriotas de la Tercera España son mayoría.