Cuando racionalizamos el amor caemos en el error de aparentar lo que no somos, y ahí es cuando nuestra relación comienza a convertirse en un baile de máscaras.
El equívoco y su guarnición de fatuas apariencias, está servido.
A partir de ahí, todo lo que construyamos sobre ese amor, pensado y diseñado para aparentar, no dejará de ser más que un frágil castillo de naipes, que caerá con la primera tormenta.
Porque la tormenta siempre llega inexorablemente; tan solo es un problema de tiempo.
No busques el amor, porque si eres merecedor, será él quien te encontrará. Pero antes, para evitarte sustos, mira si lo que anida en tu interior es amor u oscuridad.
Si en tu alma vive el amor, recogerás amor. Pero si lo que reina en tu corazón es odio y rencor, no darás amor, sino amargura; y lo mismo que des, al final es lo que recibirás.
Románticamente amamos el amor, sin darnos cuenta que el amor no se ama, sino que se entrega…, se da.
Sabremos que somos merecedores del amor, cuando ya no sintamos la necesidad de buscarlo.
Quien en la soledad encuentra la paz, es porque al fin ha encontrado el amor que no defrauda…; el amor sin ausencias…; el Amor de Dios y su paz.
A partir de ese momento ya no sentirá la necesidad de recibir amor, sino la de regalarlo a los demás.
Es entonces cuando comprenderemos el auténtico sentido del amor, mientras lo vemos surgir, invicto e imparable, entre flashes de eternidad.
Ese amor atemporal del que ya no podremos desengancharnos, que lejos de esclavizarnos, nos abrirá el camino hacia la auténtica libertad.