Si los escorpiones pican,
no lo hacen a mala idea;
es que se lo pide el cuerpo
sin que resistirse puedan;
ellos, sueltan su veneno,
salga el Sol por Antequera;
los toros bravos, embisten
llevados de su fiereza;
los tiburones, devoran
cualquier pez que tengan cerca,
de los buitres, la carroña,
es, por completo, su dieta
y así, sucesivamente,
los animales que pueblan,
sin que se escape una especie,
cualquier rincón del planeta,
obedecen a su instinto,
cada cual a su manera,
fuera de su voluntad,
y, aún, por encima de ella.
Son esas, normas del juego;
así es la Naturaleza.
Tampoco el hombre se escapa
a tan implacable regla.
Ahora bien, en nuestro caso,
por racionales, o sea,
capaces de discurrir
lo que mejor nos convenga,
no siempre procederemos
sólo por instinto, a ciegas;
acertaremos a veces,
y otras, mejor nos valiera
funcionar a piñón fijo
y dejarnos de ocurrencias.
Todo esto tiene un matiz,
por aquí viene el problema:
una inmensa mayoría
de nosotros, se sujeta
a su feliz condición
de racionales y opera
tras de sopesar los datos,
según mejor nos parezca.
Por desgracia, hay excepciones
nos amargan la existencia:
cuando alguien entra en política
tal por magia pareciera
se negará a discurrir
poniéndose por montera,
Leyes y buenas costumbres,
no digamos su conciencia,
pues cuando llegan a un cargo
es raro el que no la pierda.
Un instinto les atrapa,
la buena intención se ausenta,
ya no atienden a razones,
los argumentos no cuentan;
embisten, no como toros,
sino que, mucho más fieras,
arrollan sin compasión
cuánto freno supusiera
a su codicia infinita
de Poder y de opulencia.
Con su implacable egoísmo
lo que rozan, envenenan;
peor que los escorpiones
puesto que aquéllos no piensan
en la muerte que provocan;
actúan por obediencia;
el político, al contrario,
cuando en nosotros se ceba,
no sólo disfruta, y mucho,
sino que se regodea
en todo el daño que causa
que, naturalmente, niega,
pues, como experto en mentir,
no hay verdad que no retuerza.
Los voraces tiburones,
en aprendices, se quedan:
éstos, les dejan chiquitos;
de avaricia, el saco llenan,
y, al que pillan, lo destrozan;
sus mandíbulas aprietan
y hasta que ya no respira
jamás soltarán su presa.
En la carroña, es distinto,
que de ella no se alimentan,
sino exquisitos manjares
a la boca, bien se llevan;
con los buitres más voraces
es grande la diferencia:
si esas aves, la devoran,
ellos, tras de sí, la dejan
pues pudren la democracia
hasta tiranía hacerla
y pudren, con el engaño,
cualquier rastro de decencia.
De modo que viene a pelo
la oportuna moraleja:
Si no logras ver los cuernos,
a las aves carroñeras,
los insaciables escualos
o el veneno que te acecha,
eres tan perjudicial
por cómplice que tolera
ataques y más ataques
disfrazados de excelencias.
El que toma al escorpión
por gusanillo de seda,
a los implacables buitres
por palomas mensajeras,
al tiburón por sardina
toro, por vaca lechera,
terminará confundido
también en lo que respecta
a todo lo que le pase
(bien merecido lo tenga)
El que cree ser más rico
cuánto más en la pobreza;
más dotado de derechos
cuán más, contra ellos, atentan;
más feliz aunque le dejen
sin esperanza siquiera;
que, malvivir cuesta abajo,
por progresismo lo viera,
y todo lo dan por bueno
con tal que la ultraderecha
tenga del todo imposible
aparecer en escena…
allá él, si tales desmanes
a vivir mejor, prefiera.
Pero ¿qué culpa tendrá
la gente que se da cuenta?
Mejor, estos animales
del instinto se sirvieran
y para otros menesteres
utilizaran cabeza;
pues mejor peinada iría,
la que, por dentro, está hueca
y dejaran el pensar
para la gente que piensa.
Durarían los políticos,
que hoy dan asco, rabia y pena,
lo que dura un caramelo
a la puerta de una escuela.
Amigos, siento decirlo,
no espero, caiga esa breva;
negro y negro más que oscuro,
el porvenir que le espera
entre pared de la mafia
y espada que no se entera,
a esta España, cada vez,
más hundida en la miseria.
Definitivo apagón
sufriremos a la vuelta
de no demasiados años
en lo que a la convivencia
se refiere, de esta gente,
cada vez más prisionera.
Los otros, los de la luz,
en manos de estas lumbreras,
ya pueden hacer acopio
de transistores y velas,
olvidarse de ascensores,
subir por las escaleras
y, por si acaso, comprar
una cocina de leña,
un brasero de carbón
y de agua, tener reserva;
además de cantidades
industriales de conservas
y kilos de vitaminas
para paliar las carencias
pues que frutas y verduras
brillarían por su ausencia,
porque peligro corremos
de sufrirlos por docenas,
pues acabo de escuchar
que jamás esta tragedia
se repetirá en España
pues el Gobierno está alerta
y ya ha tomado medidas
a que, otro, se repitiera.
¿Promulgarán una Ley
(su ignorancia es manifiesta)
en que se obligue a los voltios
a rendirles obediencia?
Recuerden lo del volcán,
la inundación de Valencia,
y pierdan toda esperanza
de que den una a derechas.