La España de 2025 vive uno de los momentos más oscuros de su historia institucional reciente: un gobierno que, por tercera vez consecutiva, no ha presentado ni sometido a aprobación unos Presupuestos Generales del Estado. Esta anomalía política, lejos de ser un tecnicismo o un detalle administrativo, es el síntoma más grave del deterioro democrático, de la quiebra de los principios constitucionales y de la conversión del poder ejecutivo en un aparato sin control, sin transparencia y sin legitimidad operativa.
Pedro Sánchez y su Consejo de Ministros, sostenidos por una amalgama de fuerzas independentistas, antisistema, insolidarias y en muchos casos hostiles al modelo constitucional, gobiernan España con cuentas caducas, decisiones arbitrarias, gasto público desbordado, presión fiscal récord y sin someterse al más mínimo control parlamentario sobre lo que hacen con el dinero de todos.
No hay precedentes en ninguna democracia avanzada de nuestro entorno de una situación así: tres años sin presupuestos aprobados ni control real del gasto, en plena expansión recaudatoria, con endeudamiento creciente, deterioro del Estado del Bienestar y una opacidad absoluta sobre la asignación de recursos públicos. Lo que está ocurriendo no es política: es una demolición institucional lenta pero implacable.
¿Por qué seguimos sin presupuestos?
Desde 2022, España vive con las mismas cuentas prorrogadas, mientras el Ejecutivo evita deliberadamente presentar nuevas cuentas públicas al Congreso, bajo la excusa de no disponer de los apoyos necesarios. En realidad, la negativa responde a un cálculo político: mientras no haya presupuestos ni votaciones clave, el Ejecutivo evita ser puesto contra las cuerdas por sus socios, y no expone su debilidad estructural ante la opinión pública ni ante el Parlamento.
Así, Pedro Sánchez ha logrado mantenerse en el poder sin necesidad de explicar adónde va el dinero, qué programas se priorizan, qué partidas suben o bajan o qué desequilibrios se agravan. El Congreso queda vacío de diputación política real, los partidos de la oposición ven neutralizada su capacidad de objeción fiscal, y las comunidades autónomas —condicionadas por convenios bilaterales y cesiones asimétricas— quedan a merced de la arbitrariedad ministerial.
Todo esto se hace dentro del marco jurídico mínimo, porque la Constitución permite prorrogar presupuestos. Pero lo que fue previsto como mecanismo excepcional se ha transformado ahora en sistema de gobierno: legal formalmente, ilegítimo profundamente, devastador en su efecto institucional.
Consecuencias: presupuesto congelado, gasto descontrolado
Lo más grave no es solo que no haya presupuesto nuevo. Lo más grave es lo que ocurre sin él:
- La ejecución presupuestaria se convierte en un instrumento opaco, gestionado por vía de reales decretos, transferencias extrapresupuestarias y fondos de contingencia.
- No existe planificación fiscal estructurada. Los criterios de gasto se improvisan, se adaptan a los requerimientos de los socios parlamentarios, se pactan en despachos, no se discuten en el Parlamento.
- El Ejecutivo escapa a la obligación de rendir cuentas en los temas esenciales: ¿cuánto cuesta mantener los ministerios duplicados tras la evolución del Gobierno Frankenstein? ¿Cómo afecta el gasto creciente al déficit público estructural? ¿Cuál es el verdadero impacto de los compromisos internacionales de gasto en defensa o energías verdes?
- Miles de millones en ingresos fiscales desaparecen tras una cortina de propaganda, campañas de soberbia ideológica y una ejecución sin evaluación pública, sin control institucional y sin mecanismos de corrección.
El resultado es un modelo de desgobierno, donde el poder gasta sin explicar, recauda sin devolver, y legisla sin consensuar. Esto vacía de contenido la democracia representativa, desnaturaliza el parlamentarismo y niega a los ciudadanos su derecho a influir, a saber y a exigir.
Recaudación récord, servicios en ruina
La paradoja es escandalosa: España ha batido todos los récords históricos de recaudación fiscal, con una cifra consolidada en 2025 cercana a los 500.000 millones de euros si sumamos todas las administraciones. La presión fiscal efectiva sobre la ciudadanía ha alcanzado máximos históricos. Y sin embargo:
- Las carreteras y autopistas del Estado se encuentran en estado crítico, con tramos enteros intransitables, asfalto sin renovar, y sin inversiones significativas desde hace años.
- La infraestructura ferroviaria sufre una decadencia imparable, con trenes envejecidos, mantenimiento insuficiente y averías continuas en redes clave como Cercanías o Media Distancia.
- Las fuerzas policiales carecen de medios materiales adecuados, instalaciones acondicionadas, plan de renovación tecnológica y dotaciones básicas para cumplir con su misión.
Mientras tanto, el Presidente del Gobierno y buena parte de sus ministros viajan a destinos exteriores en medios oficiales, multiplican los actos propagandísticos, y hacen uso desmedido de recursos logísticos (aviones oficiales, coches ministeriales, seguridad, asistentes) para fines cuya relación con el interés público es más que cuestionable. Todo ello en un contexto en el que los rumores, las denuncias periodísticas y los susurros en el Congreso hablan de corrupción, orgías, drogas, escorts, y gastos ilícitos asumidos con dinero público por asesores y altos cargos.
Defensa, seguridad e hipocresía presupuestaria
España ha incrementado su gasto en defensa como nunca antes, hasta superar los 40.000 millones de euros anuales, sin que exista un verdadero debate nacional sobre para qué, por qué y con qué fin estratégico real se lleva a cabo este rearme.
Se justifica este gasto alegando compromisos con la OTAN, operaciones en el exterior, y modernización tecnológica. Pero nadie explica por qué esa cifra no sirve para reforzar las Fuerzas Armadas en territorio nacional, para proteger nuestras fronteras ni para garantizar la integridad territorial, mientras nuestras costas y regiones fronterizas se ven desbordadas por la inmigración ilegal, el narcotráfico y el crimen organizado.
Nos dicen, además, que no se puede financiar dicho gasto sin meter la tijera en el gasto social o subir aún más los impuestos. Pero eso solo sería cierto si existiera un presupuesto debidamente debatido, auditado y razonado, cosa que no ocurre desde hace tres años.
Y aquí entra otra pregunta clave que el Gobierno evita responder:
¿Cuáles son los enemigos reales de España hoy?
No son hipotéticas potencias exteriores. Son bien conocidos:
- Las redes de tráfico de personas que operan con total impunidad en el Estrecho y la costa mediterránea.
- El separatismo que sigue devorando recursos del Estado mientras busca destruirlo abiertamente.
- La delincuencia internacional presente en nuestras ciudades, barrios y polígonos industriales.
- El propio aparato de corrupción institucionalizada que impide que el dinero público llegue a su verdadero fin.
Y sin embargo, el Gobierno prefiere cumplir con la OTAN que proteger el GRA de Ceuta y Melilla, silenciar a Interior antes que enfadar a Junts, y desguazar la soberanía energética y alimentaria mientras huye de todo límite institucional.
Corrupción estructural: mordidas, sobrecostes y desfalcos generalizados
A todo lo anterior se suma una evidencia incuestionable: no hay control real sobre los contratos públicos, la obra pública, o la compra institucional de bienes y servicios.
España ha registrado más de 220 denuncias formales por corrupción en la contratación pública en el último año. Los casos judicializados se acumulan —mascarillas, comisiones, sobrecostes, adjudicaciones a dedo, cobros de favores— sin que los responsables vean apenas consecuencias políticas o penales.
El uso de fondos europeos, ayudas mediatizadas, compras de emergencia, campañas digitales, consultorías sin resultado alguno… conforma una red de pagos cruzados entre poderes públicos y empresas amistosas, que actúan como aparatos paralelos de legitimación del poder, sin transparencia pública ni fiscalización real.
Mientras tanto, cada español tributa sin cesar, sin saber ni poder saber en qué se gasta el fruto de su esfuerzo. Moralmente, eso es un exilio interior.
Subvenciones sin control: el gasto infectado por el clientelismo
Uno de los mayores escándalos silenciosos del sistema actual es la distribución masiva, descontrolada y arbitraria de subvenciones públicas a ONG, asociaciones y entidades afines al poder. Se reparten miles de millones de euros mediante convocatorias sin rigor, sin concurrencia real, y sin auditoría posterior.
Sin presupuesto nuevo, sin memoria institucional clara y sin informes de evaluación, nadie sabe —ni puede saber— si esas entidades cumplen su misión, si los fondos van a los beneficiarios, si se usan como deberían o si se destinan a otros fines: campañas políticas, salarios partidarios, sedes ideológicas o “formación” de adoctrinamiento.
Es la nueva mordida: el clientelismo subvencionado y sofisticado de un progresismo de cartón piedra, que compra voluntades y refuerza sesgos con fuelles públicos para someter a la sociedad civil sin debate.
Es corrupción. Y es impunidad.
Conclusión: el poder ha huido del sistema
España sigue sin presupuestos, sin rumbo conocido, sin plan fiscal debatido, sin justicia social real, sin defensa nacional efectiva, sin control institucional externo y sin responsabilidades asumidas. El poder ya no responde ante nadie. Y eso, en democracia, equivale a un golpe lento, burocrático, irreversible.
El gobierno de Pedro Sánchez —y quienes lo sostienen— han instaurado una forma de poder sin ley ni límites, escudada en la aritmética parlamentaria pero al margen del espíritu constitucional. Se gobierna para la propaganda, para la fidelización política, para pagar favores y consolidar súbditos.
España no tendrá democracia real mientras el Parlamento no controle el gasto, el ciudadano no conozca el destino de su dinero y la verdad no tenga más peso que el relato.
Y todo eso empieza y acaba en una palabra ausente: presupuesto. Democracia significa saber a quién pagamos y con qué finalidad. Y hoy España no lo sabe. Por eso, hoy España no decide. Le deciden.
