¿Para cuándo cribados para detectar los cánceres de próstata y testículos en los varones?

¿Para cuándo cribados para detectar los cánceres de próstata y testículos en los varones?

A propósito de los “escándalos” relativos a los cribados de cáncer de mama en algunas regiones españolas… Las comparaciones son odiosas… el próximo escándalo mediático debería ser este: que en 2025 seguimos sin un plan nacional de detección precoz del cáncer de próstata y testículos, pese a la evidencia, pese a los recursos disponibles, pese a los discursos de igualdad.

Cada cierto tiempo, los medios se escandalizan —con el dramatismo impostado de quien finge descubrir lo que lleva décadas sabiendo— por las deficiencias en los programas de cribado de cáncer de mama en tal o cual comunidad autónoma. Que si los retrasos en las citaciones, que si los fallos en los protocolos, que si las listas de espera… Y, como siempre, la noticia se presenta con ribetes de tragedia colectiva y con la consabida apelación al “sistema patriarcal” que —según el dogma dominante— habría descuidado la salud femenina durante siglos.

Sin embargo, apenas nadie se atreve a formular la pregunta inversa: ¿por qué no existen programas públicos equivalentes para el cáncer de próstata o de testículos, que son las neoplasias más frecuentes entre los hombres? ¿Dónde están los cribados sistemáticos para varones, los planes de detección precoz financiados con fondos públicos, las campañas en los medios de información, en horario de máxima audiencia, los ministerios movilizados y los titulares lacrimógenos?

Las comparaciones, sí, son odiosas. Pero necesarias.

La gran omisión: la salud masculina como asunto secundario

El cáncer de próstata es el tumor más diagnosticado entre los hombres en España, con unos 35.000 nuevos casos al año y más de 6.000 fallecimientos, según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM, 2024). Su incidencia es comparable, en términos poblacionales, al cáncer de mama femenino. Y, sin embargo, no existe un programa de cribado poblacional universal, ni una estrategia nacional de diagnóstico precoz.

El argumento oficial es siempre el mismo: que el cribado mediante PSA (antígeno prostático específico) podría generar sobrediagnósticos o tratamientos innecesarios. Cierto. Pero ese mismo dilema se aplica —y se asume sin escándalo— en los cribados mamográficos femeninos. De hecho, múltiples estudios han señalado también el riesgo de sobrediagnóstico y ansiedad asociados a las mamografías. Y aun así, se mantienen, con razón, porque el beneficio colectivo supera al riesgo.

¿Por qué no aplicar el mismo principio precautorio en sentido masculino?

El cáncer testicular, aunque menos frecuente (alrededor de 1.100 casos anuales), es la neoplasia más común entre los hombres jóvenes de 15 a 40 años. Un tumor potencialmente curable en fases tempranas, pero devastador si se detecta tarde. La autoexploración, la educación sanitaria y los chequeos periódicos brillan por su ausencia en la agenda institucional. En los colegios y centros de salud se habla de “salud sexual”, pero casi nunca de salud testicular.

La “brecha vital” que nadie quiere mirar

La muerte de varones por cáncer de próstata (además del de pulmón y del de colon) es una de las razones de que las mujeres tengan una esperanza de vida de alrededor de siete años más que los varones.

¿Se imaginan que la cuestión fuera al revés?

Imaginen que las mujeres vivieran, como media, siete años menos que los hombres. Es seguro que ya se habrían hecho multitud de investigaciones, de estudios exhaustivos acerca de las causas de esa discriminación vital para erradicarlas.

Imaginen también que se descubriera que las mujeres se suicidan cinco veces más que los hombres, y que ésta, también, fuera una de las muchas causas de la terrible “brecha vital” entre hombres y mujeres. Tampoco duden de que se investigarían las enfermedades mentales que empujan a las mujeres al suicidio y las razones por las que la sociedad las lleva a tomar tan terrible decisión.

¿Sería de extrañar que los diversos organismos, institutos, fundaciones, etc., reclamaran programas, seguimientos, campañas, denuncias de casos, legislación de discriminación “positiva” y un largo etcétera?

Demos un paso más y supongamos que, en la “brecha vital” entre hombres y mujeres, también influyeran enfermedades que afectaran más a las mujeres: cánceres de órganos propios de su sexo u otros tipos de tumores, infartos… Pueden estar seguros de que, de inmediato, se harían estudios, investigaciones, campañas, colectas, “día del cáncer tal o cual”, lacito de color, exigencia a las autoridades de que se invierta dinero en erradicar la mortandad, cursos de concienciación de vida saludable para hipertensas e “infartables”…

Abordemos otro ámbito: supongamos, también, que otra de las causas de que los hombres vivieran mayor número de años que las mujeres fuera el trabajo de las unas y de los otros, y que el trabajo de las mujeres fuera de mayor riesgo, afectando los accidentes de trabajo con resultado de muerte al 95% de trabajadoras jóvenes. Piensen en la cantidad de campañas de seguridad laboral, de prevención de riesgos directamente dirigidas a mujeres. Imaginen los noticiarios de las televisiones, día tras día, con varias mujeres muertas en su lugar de trabajo, con el pie de foto: “Siguen muriendo mujeres todos los días”.

Si tenemos en cuenta estas reflexiones (y muchas más que darían para llenar un libro), se llega a la conclusión de que, en verdad, el sexo “débil” es el masculino, el que “menos dura”, el más desatendido por las autoridades en general y las sanitarias en particular.

Varones invisibles en un Estado que presume de igualdad

Nos dicen todos los días que hay que proteger a la gente que está en situación de mayor vulnerabilidad, a los más desfavorecidos, a los más débiles… que no hay que dejar a nadie atrás que esté necesitado.

Pero no hay una sola campaña, un solo programa para hombres. Tampoco vemos en las televisiones ni en los medios de información lazos en el día del cáncer de próstata. Nadie estudia por qué los hombres se suicidan muchísimo más que las mujeres, ni existen programas de vida saludable para sujetos de alto riesgo: los hombres.

Nuestra mejor recomendación, por tanto, es simple: anima, empuja, lleva a trompicones si es preciso a los hombres de tu familia, a tus amigos, vecinos, compañeros de trabajo… a que acudan al urólogo para una revisión de la próstata. Invítales a alguna charla, entrégales un folleto, o envíales un vídeo que los invite a reflexionar —especialmente si ya han celebrado su cuadragésimo cumpleaños—.

Los hombres mueren cinco años antes que las mujeres, por razones principalmente prevenibles.

Lo que significa que no tiene que ser así: todos podemos tomar medidas para llevar una vida más saludable, feliz y larga.

Los hombres se enfrentan a una crisis de salud de la que no se habla. Están muriendo demasiado jóvenes. Mucho antes de lo que deberían.

“Movember”: el bigote como placebo

Dentro de pocos días comenzará “Movember”, el movimiento internacional que invita a dejarse bigote durante noviembre para visibilizar los cánceres masculinos y la salud mental del varón. Loable, sí. Pero insuficiente. Se ha convertido, en buena medida, en un ritual superficial, más próximo al marketing solidario que a la acción política.

Cada noviembre, vemos influencers, políticos y futbolistas fotografiarse con bigote, mientras ningún gobierno impulsa una política nacional de cribado. La retórica del bigote no salva vidas. Los presupuestos, sí.

Resulta grotesco que, en pleno siglo XXI, la prevención oncológica siga operando con un doble rasero. Las mujeres —con toda justicia— disponen de programas públicos, revisiones periódicas y campañas masivas de concienciación. Los hombres, en cambio, deben pagar su PSA, rogar por una ecografía o confiar en la suerte.

La igualdad que no llega al cuerpo masculino

Hablar de igualdad real exige mirar más allá de los eslóganes. Si el Estado asume la responsabilidad de proteger la salud de todos, debe hacerlo sin sesgos ideológicos ni de sexo. La biología no es ideología. Las glándulas y órganos masculinos también enferman, y la detección precoz salva vidas tanto en hombres como en mujeres.

La falta de cribados sistemáticos para cáncer de próstata y testicular no es una simple omisión técnica: es una negligencia institucional, sostenida por una cultura política que considera las necesidades masculinas de segunda categoría.
Reivindicar la salud del varón no es antifeminismo: es justicia sanitaria y racionalidad médica.

Epílogo: una llamada a la coherencia

Quizá el próximo escándalo mediático debería ser este: que en 2025 seguimos sin un plan nacional de detección precoz del cáncer de próstata y testículos, pese a la evidencia, pese a los recursos disponibles, pese a los discursos de igualdad.

El Estado que se proclama garante de los derechos de todos no puede continuar invisibilizando al 49% de la población bajo el pretexto de una igualdad mal entendida.

Y, si de verdad creemos en la prevención, en la ciencia y en la justicia, ha llegado el momento de exigir cribados masculinos universales.

Porque las comparaciones son odiosas, sí.

Pero, a veces, son lo único que revela la verdad.

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