El origen desconocido de estas fiestas cristianas

Solsticio y navidad laica

Fue fijada el 25 de diciembre por el Papa Julio I el año 337

En un pueblo tan desarbolado en lo espiritual, cultural, emocional y económico como es el español actual, que nadie diría que posee un pasado glorioso y una tradición milenaria, cabe la posibilidad de que prospere la mal llamada navidad laica.

Sería una celebración a lo mini wyoming que vendría a ser una variante más de los bautizos o primeras comuniones por lo civil patrocinadas por el tripartito en la asimétrica Cataluña, y celebradas por el risueño vendedor de crecepelos de la Moncloa.

Algo que, perdido el Verbo original, supondría un mero pretexto para vender cava catalana, juguetes chinos o cordero importado de Nueva Zelanda. O para que el Jefe del Estado saliera en la tele para recordarnos que sigue existiendo, como un mítico papá-noel que mora allá lejos en Su Palacio lejano, por si alguien ya no se acordaba de ello.

Algunos cristianos, que enmohecidos por la rutina intelectual desconocen los orígenes de muchas de sus tradiciones, se molestan porque se les recuerde que en realidad se sabe muy poco del Jesús histórico, ni de su lugar o fecha de nacimiento. Y que la Navidad se celebra en diciembre por una cristianización de ciertas fiestas paganas como las de los Lares, (23 de diciembre), o la de Júpiter, (24 de diciembre) o el solsticio de invierno, rememorando, más que el histórico, el Cristo Místico, o Cósmico, propio de la antigua Tradición Solar.

La Navidad cristiana fue fijada el 25 de diciembre por el Papa Julio I el año 337 como una adaptación del culto solar, del nacimiento del sol en el solsticio de invierno, como encarnación o materialización del Verbo, Natalis solis invicti, celebrado popularmente con grandes juegos en el Circo.

Si ahora, dentro del ciclo del eterno retorno, se vuelve otra vez al nudo circo: el de la epifanía del dinero, la trampa mohatrera o la visa oro, no se debe olvidar el profundo sentido espiritual, sea propio de los Misterios paganos o del Cristianismo, que el nacimiento de la Luz posee para el alma humana.

Bien sean figuras como Mitra, Horus o Jesús las representaciones simbólicas o históricas del Sol, lo importante es la propia renovación interior, la iluminación del alma, favorecida por la de la energía creciente comunicada al hemisferio boreal del planeta, el “tal como es arriba es abajo” de la antigua tradición hermética.

En verdad, se argüirá con mucha razón, las cosas están muy negras especialmente en España: la ambición, el fanatismo, la hipocresía, la ignorancia campan a sus anchas e intentan destruir la Luz de la Conciencia. Pero un sencillo nacimiento como los que se pretenden erradicar es también un símbolo esclarecedor que nos enseña que siempre es posible la esperanza. Que entre cuatro figuras presuntamente estériles como son una virgen, un anciano, una mula y un buey  puede nacer la Voluntad de renovación del mundo.

Y que el Herodes de turno pese a la nueva ley del aborto perpetrada por nuestros próceres puede ser otra vez burlado.

¡Qué la Luz naciente nos renueve la Conciencia y la Voluntad!

Amén, que significa: así sea.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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