Este sábado se cumple el cincuentenario de la muerte del médico e intelectual republicano liberal don Gregorio Marañón. Todo un humanista renacentista.
Una de esas raras personalidades a las que es obligado elogiar y de las que se siente nostalgia, porque se echan de menos en un presente en el que, como él mismo decía, “Todo lo noble sucumbe ante lo fácil” y en el que es cada vez más preciso crear y desarrollar una tercera vía: la del liberalismo promotor del mérito, la Virtud, la Belleza y el Bien común, inspirador de un hombre renovado que pueda reformar con éxito un sistema tan degradado como desconcertado.
La memoria de Marañón se encuentra íntimamente ligada a la de Toledo, como un cierto sentido de la vida y del goce estético recuerda a la Florencia, la nueva Atenas del Arno, inmediatamente posterior al neoplatónico Marsilio Ficino, donde las villas y los jardines de los Médicis eran recreados austeramente en los cigarrales toledanos que, como el de Menores, resultaban inmejorables escenarios para la meditación, el recreo, el goce de lo bello, o la noble amistad. Ciudades crisol y de recuperación de la Cultura clásica que se pretende sea de goce laico y no solo de clérigos y en la que el Espíritu inspirador se manifiesta como el mercurio de los filósofos. Desde la época de Gundisalvo, pasando por la corte alfonsí en la que se consolida el español como lengua culta o en la Academia neoplatónica toscana. Un maridaje recuperado del neoplatonismo y la cábala. Y un vuelo del alma desde El Libro de la Escala a la Comedia del divino Dante.
Pero la época de Marañón ya no es la áurea de Juan de Yepes, Teresa de Ávila, Dominico Greco, Góngora, Lope, Tirso o Cervantes, aunque nuestras Letras vivan entonces algunos brotes de Plata.
Marañón fue un gran médico y estudioso que ha dejado una vasta y polifacética obra, pero sobre todo, un hombre que nunca traicionó su compromiso con el Espíritu y que, en consecuencia, siempre resultó incómodo para el Poder.
Un hombre que buscó una tercera vía entre las dos Españas, acaso desde su viaje a las Hurdes acompañando a Don Alfonso XIII. Una experiencia, la de confrontar la extrema miseria física, intelectual y espiritual de los habitantes de remotas alquerías como Pinofranqueado, Nuñomoral o Caminomorisco, similar a la de su doble colega Antón Chejov en su viaje iniciático al corazón del desastre del régimen zarista, la isla transiberiana de Sajalin, donde ningún horror humano era desconocido.
Esa vía creyó servirla con la promoción de la ya mítica Agrupación al Servicio de la República, junto con Ramón Pérez de Ayala y José Ortega y Gasset. Su actuación en la mañana del 14 de abril resultó muy importante. En su casa madrileña, Romanones, ministro en el primer y en el último gobierno de Alfonso XIII, inopinadamente traspasó los restos del colapsado poder monárquico a un improvisado Comité revolucionario, cuyos miembros creían estar soñando. La osadía de unos junto con la estulticia o pusilanimidad de otros, además de algunos otros factores accesorios sino anecdóticos pero que resultaron importantes como la falta de movilidad del renuente ministro del Ejército, Dámaso Berenguer, que se acababa de partir una pierna, trajeron la República por la puerta de atrás. Y en el salón de la casa de Marañón. En palabras del conde:..” el Rey me dijo que sería conveniente me entrevistara con Alcalá Zamora…para que la entrevista fuera rápida y en terreno neutral acudí a los buenos oficios de mi entrañable amigo el doctor Marañón. Pocos minutos fueron precisos para que a casa del renombrado doctor acudiéramos Alcalá y yo. A la conversación, por petición mía, asistió el doctor Marañón….En la calle, a la puerta del domicilio, había un numeroso grupo de gente joven y bien portada que no ocultaba su alborozo”…
Al ilusionado abril, siguió el terrible mayo con graves desordenes impunes y el inicio de la desolación de una quimera. Muy luego comprobó con inmenso pesar que su ideal republicano de Justicia, Orden, Progreso y Libertad resultaba traicionado de raíz hasta llegar a los envilecidos crímenes del Frente Popular y la guerra civil. La grave situación económica y social, la escasez de verdaderos republicanos, la hegemonía del fanatismo y del odio sobre la inteligencia y la tolerancia contribuyeron al fracaso de la República.
Al cabo, las masas agitadas por demagogos irresponsables se habían rebelado y habían devenido en imposible la España posible.
No puede haber República sin republicanos. Es decir, cualquier propuesta de cambio político y social debe ir ligada a la reforma de las conciencias de los ciudadanos que han de dar vida a las nuevas instituciones. Sin conocimiento de la naturaleza humana, sin educación, sin realización de valores no puede haber verdadero progreso. Marañón estudia las pasiones principales del hombre a la luz de biografías de diferentes personajes célebres. Cabe recordar aquí especialmente la de Antonio Pérez, asociada a la intriga, la traición o la leyenda negra. El problema del Poder en la biografía de Olivares o la teoría del resentimiento en la de Tiberio.
Son pasiones que se muestran una y otra vez, en todo tiempo y lugar, pero que cabe aplicar a algunos de nuestros actuales gobernantes. En su momento, se estudiará la deriva del carácter y conducta del presidente Zapatero como prototipo del llamado “progre ibérico”.
La deslealtad a los legítimos intereses de España, el abuso del Poder, el resentimiento son factores comunes a muchos de los actuales dirigentes. Acaso nos haría falta un buen sabio lúcido y valiente como don Gregorio que actualizara su estudio sobre Tiberio para tratar de explicar y tratar el extraño, descomunal y descabalado resentimiento de muchos de nuestros próceres – y próceras – en el gobierno. Acaso se explicarían así muchos de los disparates e inconveniencias de esta hora: la llamada memoria histórica como arma de devastación masiva, la falsa virtud del resentido o resentida, que pese a sus logros siempre se comporta como un fracasado en relación a su ambición. La violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder. Su incurabilidad patológica.
Y es que personalidades como Marañón actúan como los cuásares
Nos envían su luz escondidos entre las galaxias lejanas como los grillos de los cigarrales toledanos rompen el silencio de la noche con su potente canto, perdidos también entre parterres, rastrojos y herbazales.
Con su luz extraordinaria salvan los abismos. Se cree que delatan la caída de la materia en los agujeros negros. Esos descomunales pozos gravitatorios donde caen las galaxias jóvenes e inexpertas. Y entonces, al caer en la desaparición abisal, emiten cantidades enormes de energía. Dicen que de esa energía de lucidez a punto de desaparecer se alimentan los cuásares.
En la Cultura pasa algo parecido. Las sociedades y las civilizaciones también declinan arrastradas por la materia y desaparecen. Y entonces algunas de las figuras señeras que barruntan lo que ha de venir emiten su luz antes de desaparecer, como testimonio de todo un tiempo. De unas ideas y unos sentimientos. De un modo de comprender y ser. Y de los anhelos entrevistos que fueron frustrados. Es el testimonio de los más grandes.
De los que sería un honor ser sus amigos. Como don Gregorio Marañón.
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