La imprevista actividad de un volcán islandés de nombre tan raro ha causado un gran caos en las comunicaciones y el conjunto de la economía europea. Caos e incertidumbre que aún se mantienen. Y que parece ser ha pillado a la clase dirigente in albis.
Este es un asunto que debería mover a algunas reflexiones a la ciudad alegre y confiada.
El ciudadano medio, urbano, de los países occidentales acaso no es consciente del todo de la gran fragilidad de las redes de energía y de recursos de la naturaleza en la que se basa el complejo orden de sus sociedades y, en suma, su bienestar cotidiano.
Está más o menos acostumbrado a términos comunes como precios, demanda, oferta, paro, bolsa, «crear valor para el accionista», PIB, hipotecas basura, euribor, etc. y considera más o menos conscientemente que el llamado sistema económico es autónomo. Doblemente autónomo tanto de la Moral como de la Naturaleza.
En efecto, en los últimos siglos, especialmente tras la Revolución industrial, se ha producido la emancipación metodológica y conceptual del llamado «sistema económico» como algo abstracto, basado en modelos matemáticos desligados del medio físico en que tenía su asiento. De tal modo que el «sistema económico» se convirtió en algo autónomo, creador y satisfaciente de nuevas necesidades, cada vez más artificiales o separadas de la estricta supervivencia, que empleaba unidades monetarias en lugar de unidades físicas y que era servido por una nueva y abstrusa casta sacerdotal o chamánica: los economistas. El concepto de escasez fundamental para poder hablar de lo económico también se convierte en algo artificial, relativo, desligado de las unidades físicas y de la propia Naturaleza. Incluso ahora tras la crisis internacional, el dinero real en el sentido de contracorriente del flujo de circulación e bienes y servicios puede resultar escaso.
Con carácter más general, el aumento del llamado PIB se convirtió en un nuevo dogma, en el que, por ejemplo, no se solía distinguir que parte de ese PIB correspondía a la destrucción de la energía útil de recursos de carácter no renovable, acumulados durante millones de años. Es decir, en las cuentas de contabilidad natural no se distinguía como ocurre en la contabilidad empresarial entre resultados procedentes de explotación de los que proceden reenajenaciones de patrimonio o activos.
La llamada ciencia económica ya emancipada de la Teoría Moral de sus orígenes, se intentaba establecer de modo isomorfo con el aparato matemático de la Mecánica Newtoniana. Así León Walras, en su Tratado de la Riqueza Social establecía los postulados de validez del desarrollo matemático de la Ciencia económica. Y aclaraba que el mundo de lo económico es el mundo de lo útil apropiable, de lo intercambiable, y de lo reproducible industrialmente.
Y ahora, la amenaza a la actividad de ese sistema económico supuestamente autónomo no procede de la acción antrópica del cambio del clima climático como lo llama el inefable ministro de Exteriores de Su Majestad y pretenden creadores de líneas de negocio ecologistas, sino paradójicamente de un volcán incontrolado de un país periférico. Pura naturaleza en acción. Que afecta a un bien antes mostrenco, el aire más o menos limpio de capas altas de la atmósfera con su correspondiente oxígeno para hacer posible la combustión de motores o turbinas y la navegación aérea.
Para el público en general y para muchas gentes que proceden del Derecho o la Economía tal como ahora se entiende, la civilización y la organización social es cosa de simples leyes políticas, que pueden cambiarse con decisiones parlamentarias o ejecutivas. Un juego de PIB, inflaciones o medidas macroeconómicas Por ello, la investigación científica se ve relegada sobre todo en las materias a las que Walras hacía referencia. Y por ello no es de extrañar que las variables científica y técnica, la ingeniería, sean ninguneadas hasta que un acontecimiento notable: seísmo, ciclón, actividad vulcanológica, sequía,… nos recuerde que la Naturaleza existe con sus graves consecuencias sociales y económicas. Y que el hombre es un ser vivo también condicionado por ella.
Pese a que Barajas es un caos en el que desesperados miembros y miembras del pueblo soberano son tratados como corresponde, nuestro inefable Ministro de Su Majestad para la cosa esa del Fomento está encantado de poder presidir las reuniones con sus «colegas» europeos para arreglar eso del volcán. Pero no hay mal que por bien no venga. Acabamos de descubrir sus talentos. Estamos salvados.
Y es que, como decía proféticamente un vecino del amigo Pepiño:
«En cuanto los acrianzan fuera de aquí sirven para todo como el primero: y aún los pastores más esfarrapaos tienen barrunta para medrar, si a mano viene».
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