Si los militares franceses, ya desplegados en el desierto, acaban con él y los suyos, habremos ganado una batalla.
Nosotros tenemos miedo y ellos no. Nosotros dudamos, ellos no. Nosotros nos atormentamos con explicaciones y ellos no vacilan.
En la guerra contra el terrorismo islámico vamos perdiendo. La pregunta ahora es si estamos ya perdidos o queda alguna esperanza.
Hace justo un mes que el Gobierno Zapatero, personalidades de todo jaez y los medios de comunicación celebraban alborozados, como una victoria de la habilidad diplomática, la vuelta a casa d
e los cooperantes catalanes Vilalta y Pascual.
Por los rehenes, que fueron atrapados cuando practicaban el turismo solidario, las autoridades españolas pagaron a Al Qaeda del Magreb (AQMI) la friolera de 10 millones de euros, además de regalar a Mauritania un avión C-212, como recompensa por haber dejado salir de prisión al terrorista Omar Saharaui, cerebro del secuestro.
Y ahora, con ese dinero, los facinerosos de AQMI asaltan una instalación minera en el norte de Níger y se llevan a un ingeniero francés, a su esposa y a cinco empleados.
Los malandrines, que alabaron la «sensatez» del Gobierno español, han difundido por Al Jazeera un comunicado en el que advierten a Francia que si intenta algo contra ellos, los cautivos correrán la misma suerte que Michel Germaneau, decapitado 48 horas después de que los comandos franceses mataran a seis terroristas en un frustrado rescate.
La amenaza es escalofriante, pero Sarkozy no puede claudicar. Los siete rehenes están en manos del argelino Abdelhamid Abu Zeid, el más sanguinario de los cabecillas terroristas del Sahel.
Si los militares franceses, ya desplegados en el desierto, acaban con él y los suyos, habremos ganado una batalla.
Si se negocia con él en lugar de hacerlo fosfatina, siguiendo el modelo zapateril, dentro de un mes tendremos otro secuestro.
NOTA.- este artículo se publicó originalmente en ABC.