Las diferencias socioeconómicas y culturales y la distinta religión ni se contemplan
Cada vez que oigo el sintagma «feminismo islámico» no puedo evitar una sonrisa amarga, acompañada del recuerdo de Yusra Al Azami, la infeliz muchacha palestina asesinada en abril de 2005 por un comando antivicio de Hamás, organización terrorista canonizada por nuestra progresía.
El delito de Yusra fue pasear con su prometido -con el que se iba a casar un mes más tarde- por la playa de Gaza y bien escoltada por una hermana, como carabina. «Eso no es el islam».
«Una excepción no generalizable», serán los comentarios seguros y, quizá, no falten otros más rotundos: «El islam es amor», «Sólo el islam respeta a la mujer.
Para el resto es algo decorativo» (Said Jedidi, LA GACETA, 21/6/2010). Sin embargo, el caso de Yusra ni es una excepción, ni tal opresión sobre el individuo es algo extraño al imaginario colectivo y a los hábitos corrientes en las sociedades islámicas.
Hablar de feminismo islámico es, sencillamente, incurrir en un oxímoron, una contradicción entre los términos. Decir «el silencio sonoro» puede constituir una finta retórica para fijar la atención o exagerar la percepción de algo en un texto literario, pero «feminismo islámico» es -perdonen la crudeza- una tomadura de pelo. Como Alianza de Civilizaciones, diálogo multicultural o convivencia exquisita de religiones en la Córdoba califal.
Forma parte del mismo todo que el islamismo rampante utiliza en el mundo occidental como medio de penetración, entre otros. Se convocan eventos en distintos lugares del planeta (ahora se ha hecho en Madrid), marcados por el oficialismo directo o indirecto de los Estados que corren con el gasto. Se presentan ponencias que rebalsan vaguedades, declaraciones de principios nunca cumplidos y se ignora de forma sistemática la realidad, bien triste, por cierto. Y si alguien -fuera de la farsa- disiente, se le estigmatiza por islamófobo.
Hasta la próxima conferencia, congreso o encuentro. Mientras tanto, la vida real es estremecedora: «Condenan a una periodista saudí a recibir 60 latigazos» (por hacer un reportaje «inmoral»), «Lubna Husein, periodista sudanesa, condenada a 40 latigazos por llevar pantalones», «La niña.
Originalmente publicado en La Gaceta.