Los sindicatos blindan a sus plantillas hipertrofiadas y duplicadas
He compartido mesa y mantel con un viejo amigo con el que hace dos decenios también conjugué plató y cámaras. Hablamos de aquellos tiempos, que siempre se idealizan cuando se contemplan a través del tamiz de la distancia, y examinamos los presentes. Lamentamos el bajísimo nivel del actual producto televisivo, la zafiedad como artículo de éxito y beneficio seguro para las cadenas. Y cuando llegamos a las públicas su denuncia fue tan descarnada como profesional: las televisiones públicas son un escándalo. Económicamente irrecuperables, sus contenidos son predecibles y están predeterminados por el poder local; además de tener una plantilla ingestionable.
Todas las televisiones públicas son enfermos terminales con respiración asistida mediante generosísimas partidas presupuestarias aprobadas un año sí y al otro también por los diferentes parlamentos.
El problema es tan diáfano como irresoluble: han sido creadas para difundir en la ciudadanía el mensaje del poder, de modo que su teórico referente de “servicio público” está directamente afectado por la necesidad de alta cuota de pantalla. Razón por la que se emiten programas ajenos a cualquier criterio de utilidad social… y sí de audiencia. Euskal Telebista 2 es un caso paradigmático. Si la ETB se creó fue precisamente para mantener una televisión en euskera… hasta que en Ajuria Enea cayeron en la cuenta de que la audiencia mayoritariamente prefería programas en castellano. Por ello, tragándose la ideología, practicaron lo necesario: ante todo la cuota de pantalla, aunque fuera en la lengua de Cervantes. Los sindicatos blindan sus plantillas hipertrofiadas duplicadas y triplicadas, para el mismo trabajo que las privadas… mientras su productividad es mínima manteniendo unos privilegios inconcebibles que imposibilitan un trabajo necesariamente ágil.
Realizar programas en directo en día festivo es hazaña comparable a la vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano. ¿Y el servicio público? (mal, gracias).