OPINIÓN / EUROVISIÓN

Conchita Wurst, representante de unos valores europeos de libertad y tolerancia

Quienes creen que es la decandencia moral de Europa olvidan los campos nazis, soviéticos o el terrorismo

Acababa de terminar el festival de Eurovisión y la ‘erudita’ en la materia Reyes del Amor, haciendo gala del típico mal perder español en este evento, sentenciaba en TVE que había ganado la imagen frente a la calidad. En las redes sociales podíamos leer cosas muchos peores, se repetía el argumento de que era la demostración de la decadencia moral de Europa.

Ante quienes defienden esta última idea hay algo que decir. La decadencia moral del Viejo Continente no está en que gane en Eurovisión un cantante con barba vestido de mujer con una buena voz y una buena canción. La decadencia moral de Europa la vivimos en el siglo XX, cuando la Alemania nazi quiso exterminar a los judíos y además mató a otros muchos miles de personas en los campos de la muerte por ser homosexuales, socialistas, comunistas, liberales, gitanos o enfermos físicos y mentales de distinto tipo.

La decadencia moral de Europa estuvo en los campos de concentración soviéticos, en los miles de asesinados por los gobiernos de la URSS por sus posturas políticas, el genocidio ucraniano o las invasiones de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968 para que no dejaran el bloque soviético. También estuvo en los frentes de batalla y las retaguardias de la Guerra Civil española, o en las instalaciones de la policías políticas comunistas en Budapest y otras capitales de Europa central y oriental, donde se ejecutó disidentes hasta los años ochenta. Y, por qué no, está además en cada asesinato de un grupo terrorista y en quienes todavía hoy buscan justificación a ETA, el IRA y similares.

Esos que hablan de decadencia moral de Europa, ¿acaso ven peor que Conchita gane Eurovisión a que en Irán se ahorque a homosexuales? ¿Prefieren las teocracias islámicas de distinto tipo que envían a los gays a la cárcel cuando no a la muerte? Algunos nos quedamos con esta decadente Europa.

Y frente al argumento de que ha vencido la imagen ante la calidad también hay algo que decir. Es cierto que tal vez la ganadora no fue la mejor canción, la mejor voz o la mejor puesta en escena. Pero lo que habría vencido entonces es el mensaje ante la calidad. Un mensaje del que hasta la imagen de Conchita Wurst forma parte.

En esta España huérfana de conocimientos de idiomas no se ha entendido la letra de Rise Like A Phoenix (Elevarse como un Fénix). Nos habla de la intolerancia contra los homosexuales y del derecho de cada uno a vivir libremente tal como es, sin agredir a nadie. La canción apela, como hace la propia Conchita en sus declaraciones posteriores, a dos valores de los que los europeos nos sentimos orgullosos: la libertad y la tolerancia, tan unidos entre sí.

Hasta el propio nombre artístico del interprete nos habla de eso. Wurst no hace referencia a la salchicha sino a una expresión en jerga, que quiere decir algo así como ‘no importa’ o ‘da igual’. Nos habla de que lo importante es la persona y no su apariencia, que cada uno pueda vivir en libertad como quiera sin molestar a los demás.

Y el hecho de que Austria haya vencido en Eurovisión deja en evidencia que el tradicional intercambio de votos en Eurovisión entre países vecinos o culturalmente similares puede superarse. En otras ocasiones se ha visto que las alianzas regionales vuelcan el resultado en un sentido o en otro, pero esta vez no ha sido así, el pequeño país centroeuropeo no forma parte de ninguno de los bloques que solemos ver en el festival. Esto demuestra que con una actuación sorprendente acompañada de calidad y un mensaje adecuado puede superarse la dinámica de bloques.

Y hay una última cuestión que ha dejado en evidencia la victoria de Conchita. Los resultados, que dependen en buena medida del voto telefónico, han mostrado una Europa dividida en un bloque que ha apostado por la tolerancia y el mensaje contra la homofobia y otro que ha ido en sentido contrario. La línea divisoria se ha situado prácticamente de forma exacta en el antiguo Telón de Acero. En los países que quedaron sometidos durante medio siglo a la tiranía comunista es donde menos apoyo tuvo la austriaca. El rechazo a la homosexualidad, considerada como un ‘vicio burgués, que practicaban y difundían los gobiernos comunistas no ha sido superado.

El propio productor de las cantantes rusas que han participado en Eurovisión ha lanzado un mensaje a su país. Ha dicho que la victoria de Wurst debería hacer que los rusos se replantearan su rechazo a la homosexualidad, que se traduce en una terrible ley contra las gays y en declaraciones aberrantes de personajes como neofascista Vladimir Zhirinovsky, teóricamente en la oposición pero en la práctica aliado de Putin, que ha comentado el resultado de Eurovisión lamentando que Rusia se fuera de Austria tras haberla invadido hace 50 años.

Alegrarse de la victoria de Conchita Wurst es estar del lado de los valores más nobles de Europa y contra Zhirinovsky y otros enemigos de la libertad y la tolerancia. Si quien escribe estas líneas supiera hacer calceta, se juntaría a todos esos jóvenes que, con el título de Happy in Viena, lucen barbas de punto en un vídeo que tiene por escenario la capital austriaca y que, acompañados de la canción Happiness, es un canto a la libertad y la tolerancia.

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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