Tengo la suerte de no tener televisor y la fortuna de no ver la programación, así que ni siquiera tengo la tentación, si puede decirse que lo es, de sintonizar un programa, sea el que sea por internet. Tan ajeno soy al mundo catódico que creo que puedo opinar sobre los efectos que produce esta cosa sobre las personas que la ven. ¿Hay algo mejor que perder el tiempo viendo la «tele»?. Sí, soñar.
Ese negro cristal, con pinta de ventana, que en tiempos remotos era una caja como la de Pandora deja escapar todos los males que aquejan a la especie humana y como la curiosidad es el peor de los dones no he resistido la tentación de convertirme en telespectador de un llamado «periodisto», llámado Évole. A partir de aquí todo son conjeturas y con el permiso de los telespectadores quiero fijar mi posición ajena al telepredicador.
Parece que este tal Évole, cuyo nombre, apellido o conjetura nominal no sabemos si es real o producto del maléfico marquetin, tiene un programa, esto es, una película con apariencia de realidad. Hace unos meses o más, hizo una «cosa» sobre el 23F, otra en un bar que no pisaría nadie con dos dedos de frente junto a los nuevos líderes, Rivera e Iglesias, hace unas semanas puso frente a las ópticas de la cámara al iluminado Otegui presentando a un terrorista como una persona tan normal como un ama de casa.
Tanto monta, monta tanto, Évole como Otegui, Otegui como Évole. Tratan de conquistar el pais con la desmemoria, la banalidad y la farsa, como delincuentes vestidos con piel de cordero en aras del famoseo.
La última majadería de Evole ha consistido en poner frente a los mandos del zoom y el foco pródigo al defenestrado Sánchez. La Secta cadena de televisión privada busca suscitar la polémica para satisfacer a sus anunciantes, no a sus telespectadores, porque estos se encuentran entretenidos en hablar de sandeces sobre la veracidad de lo afirmado o la invención de lo afirmado.
Queda feo que un periodista critique a otro, pero existe una excepción cuando un periodista critica a uno que aparece en televisión. Existen barreras mediáticas que permiten que unos puedan poner a parir a otro, salvando el medio.
Aún tengo frescas las imágenes de la época en que yo, por desgracia, era televidente y en la caja tonta aparecía el inefable truquista Uri Geller, capaz de doblar un tenedor solo con su concentración mental cuando todos sabíamos que era un descerebrado, y me viene a la memoria la inverosímil historia de las caras de Bélmez. Algunos visitaron esas caras para descubrir que era cemento aguado que permitía agrupar imágenes distorsionadas por un bien conocido fenómeno perceptivo. Y me vienen a la memoria las historias de ovnis del famoso Jiménez del Oso. Todos sabíamos que el ovni era Jiménez del Oso y se ha convertido en el paradigma de cuando el aburrimiento inventa la uija para los que quieren meter mano en la mente del otro y vivir del cuento. Me dejó impresionado la guerra psicológica yanqui que permitiría matar cabras mirándolas fijamente. Han pasado varias decenas de años y la gente alega creencias en las que nadie cree especialmente en el día de los santos que nunca volverán, o que volverán como nosotros, nunca. Ahora que la resurrección de la carne está en entredicho con las urnas de polvos y la vulgaridad de los diamantes, cuando hasta los teólogos más aviesos y preparados argumentan que será simbólica. Como Evole, que todo él es simbólico, un destructor de cultura y naturaleza.
En un país incapaz de tener una historia común y mas incapaz para explicar en que consiste la eficacia de la información se siguen utilizando las mismas estratagemas para reeducar a la población en la estupidez pasajera del sillón frente al televisor, para sumirla en una especie de embolia mental que anula su forma de calcular, razonar y hablar; esta situación tiene un retrato que consiste en un ser con la boca entreabierta, los ojos saltones y las órbitas desarrolladas -una exoftalmia por avitaminosis- , inclinado el cuerpo sobre el teatro de sombras chinescas en el que se ha convertido ese aparato electrónico en el que unos títeres hacen las veces de videntes y otros de prestidigitadores.
Unos luchan por predecir el futuro de 1714 y otros por actualizar 1981 y su 23F. Lo más reciente es sacar en la panoplia televisiva a este ex-candidato que en su día era aclamado por la hinchada estudiantil de la Demencia, que como su eslogan indica, es «la madre de la ciencia». Existen despachos, pero a éste personaje, Sánchez, duplicado genético de Zapatero, le han despachado los suyos por una senil demencia que ha permitido fragmentar el partido en nanopartículas ideológicas. El Évole ha querido sacar pecho y actualizar su 23F con una entrevista a fondo a Sánchez, huelga decir que pretende mediante sus preguntas grotescas obtener un titular. Y de paso al bobo de Sánchez se le ha caído el pelo, y su regreso que él espera en olor de multitud será el de la cara siniestra del narcisista vendepatrias. Evole se ha cargado las aspiraciones de Sánchez y todo el mundo ha reconocido cuán banal era este secretario de pacotilla. Que en paz descanse.
Ya no quedan periodistas, como los de antes, como los que desafiando su cómoda posición hacían su trabajo criticando y mostrando la realidad y dando soluciones inteligentes a lo que significaba vivir el día a día. Claro esta que entonces existía la realidad, e imponía al periodista a reflejarla. Luego ocurrió que el periodista se convirtió en noticia, más tarde en tertuliano y finalmente el periodista se libró de la realidad, y ahora consiste en construirla cada día como un relato inverosímil de esos que condenan a muerte al inocente.
Antes los periódicos se cerraban, el diario Madrid y la revista Triunfo por ejemplo, antes la prensa traía Informaciones, incluso aquellos mas adictos al régimen se preocupaban por el Pueblo; ahora ha quedado una prensa que amarillea de tanto lavarla y una televisión que busca los lejanos ecos de la selva mediática.
No quedan tripas para hacer corazón. Los periodistas se suben al carro de las redes sociales y buscan el aplauso y el éxito fácil para tener miles de «followers» y miles de «haters», pero no perciben que el mundo ha cambiado y es ahora cuando las masas, primero convertidas en gente comienzan a ser ciudadanos, personas, individuos que tienen entidad y piensan de forma independiente sin necesidad de que un enfermizo entrevistador suplante al entrevistado y se lance a subvertir el orden temporal aprovechándose del Alzheimer colectivo para hacerlo dudar de lo que ha vivido.
El Évole, al igual que Sánchez, durará lo que un suspiro hasta que la moda de observarle pase porque cuando hay hambre vale la sopa sin fideos pero cuando la crisis se supere pasara a los anales de la tontería de la caja tonta, donde no hay sustancia, no hay sopa. Los anales, precisamente, tienen bastantes bemoles detrás.