A Íñigo Méndez de Vigo le ha tocado ser portavoz de un Gobierno en minoría parlamentaria y ministro de Educación de un partido que en eso tira la toalla
A Íñigo Méndez de Vigo le ha tocado ser portavoz de un Gobierno en minoría parlamentaria; ser ministro de Educación, cuando la legislatura se inaugura con un acuerdo del Congreso de los Diputados que insta a derogar la reforma educativa del PP; ser ministro de Cultura, con el sector permanentemente crítico, por razones ideológicas o por el 21 por ciento del IVA -quizá pronto al 10 por ciento para espectáculos-; y ser ministro de Deporte, con alguna federación especialmente importante en crisis. Sin duda, hay cargos más incómodos, pero Méndez de Vigo ha asumido un póquer de responsabilidades especialmente delicadas por su trascendencia informativa, social y política (Rajoy y el partido de vuelta).
El nuevo portavoz del Gobierno se muestra en la entrevista que hoy publica ABC como un político discreto y sensato, muy consciente de que su exposición semanal a los medios de comunicación es una prueba personal y, al mismo tiempo, una carga colectiva, porque a él corresponde dar la cara por las decisiones del Consejo de Ministros (TVE ha caído 20 puntos como preferencia desde que el PP puso a Gundín como director de los Servicios Informativos).
No todas esas decisiones serán gratas de expresar a los ciudadanos. La comunicación política y la influencia en la opinión pública han sido dos lagunas graves del anterior Gobierno de Mariano Rajoy, muy confiado en que los españoles entenderían por sí solos la justificación de una política de ajustes, sin necesidad de hacer pedagogía sobre la narración que debe acompañar a todo proceso de decisiones difíciles. Tampoco hubo una preocupación similar por la perplejidad de muchos votantes del PP ante cambios radicales en asuntos que parecían identitarios de la ideología de este partido, como la bajada de impuestos, la oposición al aborto o la despolitización del CGPJ.
Ahora, con un mandato pendiente siempre de una mayoría parlamentaria de facto contra el Gobierno, Méndez de Vigo parece tener asumido que su misión es transmitir con claridad, convencer al mayor número posible de ciudadanos y no provocar problemas.
Como portavoz, esto es posible, pero en otras áreas de su trabajo será más difícil. Por ejemplo, en la reforma educativa. Rajoy ofreció al PSOE, en su investidura, el sacrificio de las reválidas previstas en la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, pero el PSOE y el resto de la oposición querían la derogación total.
Méndez de Vigo avisa de que esta ley «no se puede derogar», y ahí se está incubando un conflicto con los socialistas, porque la izquierda tira de sectarismo y no acepta compartir con el centro-derecha la creación de un sistema educativo pactado. La moderación y firmeza que muestra Méndez de Vigo serán sus mejores aliados para gestionar lo que quizá sea el mayor problema social de España: las carencias educativas con que perjudicamos a nuestros jóvenes.