ANÁLISIS

Juan Scaliter: «El principio del fin de las redes sociales»

El modelo actual necesita un cambio drástico no sólo por la intromisión publicitaria, sino también porque Twitter o Facebook también ayudan a que los discursos de odio queden impunes

Juan Scaliter: "El principio del fin de las redes sociales"
Generación Z: tecnología, redes sociales, tablet, movil. PD

Tarde o temprano tenía que suceder: un terremoto que sacudiera los cimientos de las redes sociales y nos hiciera preguntar si el modelo actual es sostenible.

Pasado

El cambio de paradigma de las relaciones sociales

Las cifras dependen del estudio, pero oscilan entre 80 y 110 al día. Ésa es la cantidad de veces que miramos nuestro teléfono y el 83% de ellas (según las encuestas de Pew Research y Nielsen) se hace para ver si ha habido un cambio en nuestras redes sociales: un nuevo like, un comentario, otra foto, una publicación… También resultan numerosas las investigaciones que hablan de la adicción a las redes sociales (una de las primeras propuesta por la Universidad de Nottingham Trent) que viene íntimamente ligada con la obsesión por el teléfono móvil (a esta enfermedad, la de no poder vivir sin el dispositivo, se denomina nomofobia), el aumento de la depresión (Universidad de Missouri), desinterés por la vida social (la real), el descuido de la familia y cifras que señalan que dos de cada tres usuarios de Facebook o Twitter se sienten inadaptados o menospreciados al comparar su vida con la de otros usuarios, un hecho constante gracias a las redes.

Por otro lado, algunos expertos hablan de las redes sociales como una oportunidad para encontrar mejores trabajos, una herramienta fundamental en adolescentes que se encuentran en tratamiento hospitalario prolongado y un arma muy útil para mejorar el sistema educativo.

La conclusión es que las redes sociales tienen numerosos beneficios, pero también algunos defectos. El problema no son sólo ellas, sino nosotros y cómo usamos esta herramienta.

El reciente «AnalyticGate» (la filtración de datos de cincuenta millones de usuarios a terceros para su uso político) ha puesto en el candelero (y casi ha incendiado) a Facebook, que cuenta con más de 2.000 millones de perfiles en todo el mundo. El impacto ha sido tan grande –en estos 10 días de tormenta, la red de Mark Zuckerberg ha perdido 80.000 millones de euros– que muchas voces desde el interior no sólo han pedido disculpas, como el propio Zuckerberg, sino que reniegan de su uso. Uno de ellos es quien fuera uno de los principales ejecutivos de la red social, Chamath Palihapitiya, quien en una entrevista concedida a la «CNN» aseguró: «Claro que me siento culpable. Nadie pensó que podía existir una manipulación tan masiva del sistema».

Por su parte, Sean Parker, gurú de Silicon Valley y uno de los primeros inversores en Facebook, afirmaba en declaraciones a la web «Axios» que «las redes sociales han literalmente cambiado nuestra relación con la sociedad y con nuestras familias en modos que aún no dimensionamos».

Presente

Más desconfianza por su excesiva influencia

Estamos frente a una bifurcación en la cartografía de las redes sociales, una que no señala un atajo, sino un claro cambio de rumbo, un giro de 360 grados. De acuerdo con el profesor de Periodismo de la Universidad de Leeds (Reino Unido), C. W. Anderson –una de las voces más respetadas en el estudio del impacto de las redes sociales– afirmó esta semana que «2018 será el año en el que terminen las redes sociales (…). Lo más probable es que surjan nuevos sitios, pensados de modo casi individual y que cambiarán para adaptarse a las necesidades de nuestras vidas».

Independientemente de lo que ocurra este año, la realidad es que, de acuerdo con cifras de Nielsen y Pivotal, el tiempo que dedicamos a usar Facebook ha descendido un 24 por ciento y el que dedicamos a Instagram roza una bajada del 10 por ciento. Y son proporciones que no están vinculadas a la edad: una encuesta realizada por la firma Origin afirma que un tercio de los usuarios estadounidenses de redes sociales, de entre 18 y 24 años, han borrado por completo sus cuentas y un 41 por ciento reconoce que pierde mucho tiempo en ellas y que, por consiguiente, se plantean ir dejándolas. Así, tiempo (como sinónimo de adicción), privacidad y falta de contenido de calidad son los nudos más débiles de las redes y por donde se está resquebrajando el modelo.

Cada vez más gente está desconfiando de las redes sociales, las reconoce como una fuente de influencia determinante (no siempre positiva) y como un enorme aparato publicitario y propagandístico del que intenta huir. Así, éstas deben comenzar a buscar soluciones si quieren seguir siendo una herramienta útil y mantener a sus usuarios.

Futuro

Hacia un formato sin anuncios, pero de pago

El próximo 13 de abril, los ministros de Justicia y de Digitalización de Suecia (Peter Eriksson y Morgan Johansson, respectivamente), se reunirán con representantes de las plataformas más importantes, Google, Facebook y Twitter, con un propósito muy claro: terminar con las cuentas anónimas en todas las redes sociales.

Esta reunión tiene el objetivo no sólo de borrar por siempre los discursos vinculados al odio (religioso, político, de género, ideológico, etc.), sino también hacer responsables a las redes sociales de estos eventos. «Hasta ahora – afirma Eriksson en un comunicado –, había sido demasiado fácil decir cualquier cosa en Internet, pero las personas deberían ser responsables de lo que dicen. Hay que terminar tanto con las cuentas de trols como señalar que las grandes plataformas tienen una responsabilidad y deben limpiar esto».

Éste será el primer paso: acabar con las cuentas anónimas en las redes sociales. Con ello, tanto usuarios como plataformas deberán hacerse responsables de lo que publiquen y se impondrá una serie de normas que regularán con mayor precisión y en términos globales, lo que puede publicarse y lo que no.

La siguiente etapa será el pago. De acuerdo con la web «Statista», un 21 por ciento de las cuentas de LinkedIn son de pago. Esto les permite a sus clientes una serie de beneficios adicionales a las cuentas convencionales. Twitter, WhatsApp, Facebook e Instagram ya están planeando hacer algo parecido en breve. Se cobrará apenas un euro, un dólar o una libra esterlina (según la localización de la cuenta) durante un año. Con ello los usuarios no cederán parte de su información personal (puede que haya cuentas Premium en las que toda la información pertenecerá al usuario) y se reducirá la publicidad. Con este «cierre» las plataformas tembién quieren aumentar la seguridad ante posibles hackeos.

Finalmente, del mismo modo que actualmente se premian las páginas con referencias, con información contrastada y de calidad, y se evitan las «fake news», aquellas que publiquen contenidos originales, con un mayor respeto por las fuentes y se conviertan en referencias creíbles, también se verán beneficiadas. Serán, entonces, las redes sociales que queremos usar, no las que nos usan a nosotros. Es todo un cambio de modelo y que también modificará el formato publicitario, ya que los anunciantes no podrán llegar a un público tan amplio como el que tienen ahora. Así que también será un momento creativo importante para las empresas de marketing.

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