Manuel Morillo Miranda: «Progreso y regreso»

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Desde luego hay que ver cómo ha cambiado la vida en los últimos 60?, 50?… No, en los últimos 20 años. Y si hablamos de lo informático-tecnológico el cambio es paranormal. Si nos fijamos bien, todos los últimos «trabajos» más demandados y creados en el aquí y ahora acaban en -r: «influencer» (el típico que dice que si te has de tirar por un puente, lo haces), «community manager» (te lo ordena todo, hasta la habitación), «youtuber» (te explica su vida con vídeos), hacker (yo te fastidio el pc y tú a mí también), «gamer» (lo que hacíamos nosotros con el amstrad y el spectrum pero en color), y así podríamos estar hablando largo y tendido.

Pero no estamos cayendo en la cuenta de que todo lo mentado antes es algo, por así decirlo, «Inter-pasivo» porque el referente es una pantalla y un teclado. Supongo que el hartazgo en nuestras generaciones es vehemente, máxime cuando observamos que la relación que puedes establecer a través de un ordenador es ficticia y pocas veces sabes quién se esconde al otro lado. Esto también demuestra una gran falta de personalidad en la juventud, y por supuesto de intimidad (tik tok es más peligroso en la actualidad que un ataque informático), y si hablamos de Facebook o Instagram es ya para echarse a temblar.

No se trata de criminalizar a la tecnología informática por supuesto, es más, poquísima gente podría vivir en la actualidad sin un smartphone o sin un ordenador, y mejor no pensar en cómo se habría lidiado con las diferentes reuniones y tareas académicas sin esas clases «en diferido», farragosas y que por supuesto nada tienen que ver con el entorno en el aula, pero necesarias al fin y al cabo por el bien común y por el futuro más próximo del alumnado y el profesorado. No, no se trata de eso, sino de que reflexionemos sobre el uso de esas fantásticas herramientas que tenemos a nuestro alcance, de observar si hemos pasado la línea entre lo permitido y lo prohibido, entre la libertad y el libertinaje. Porque se han creado multitud puestos de trabajo relacionados con lo virtual, pero nadie ha pensado en un nuevo tipo de adicción y en cómo controlar este mundo, incluso a nivel psicológico.

Si volvemos la vista atrás, las personas que rondamos la cincuentena recordaremos que en algunos institutos ya se ofertaba el taller de informática (con el uso de un mamotreto más grande que una caja fuerte) o el de hogar (de lo más variopinto, lo mismo hacías un muñeco de escayola como pintabas la clase), yo me decanté por este último, con el consiguiente arrepentimiento al ver el goce de mis compañeros con su primera experiencia virtual. Pero nada tiene que ver con el nivel al que hemos llegado, sí que empezábamos a tener cultura audiovisual pero mandaba el juego en la calle y la interactividad de verdad, llegar sucio y cansado a casa a altas horas, sin pensar en peligro alguno. Raro era el que se quedaba en casa un día entero, a no ser que estuviera castigado.

¿Cómo han podido los padres, que estaban todo el día jugando en la calle en sus épocas mozas, permitir que sus hijos a veces se pasen el día encerrados delante de una pantalla?, ¿Nos hemos inventado falsos peligros para sobre-proteger a la juventud? Nos podríamos cuestionar éstas y otras preguntas, pero todo depende del prisma o la perspectiva con que se mire el problema. Supongo que todo se inicia en la infancia, si a nosotros nos decían que era normal caerse para poder levantarse, y que existía la vitamina «m»; ahora ves a padres y madres en versión desactivador de bombas, intentando impedir que las criaturas se caigan, se ensucien, cojan cosas del suelo, vamos un sin vivir y un error porque los niños son creativos por naturaleza, y aunque no lo pensemos cuentan con el ensayo y el error. Con el paso del tiempo crecen y descubren las «máquinas», un nuevo mundo en el que no es necesario salir a la calle, y los padres encantados y acomodados, así se crea la sobre-protección. Pienso que pierden un tiempo precioso e irrecuperable, hasta que llegan al instituto y el paradigma cambia por completo, esa sí es la época interactiva y amorosa por antonomasia.

Por último, cabe decir que en principio lo virtual poco tiene que ver con lo teórico-práctico, porque no puedes traspasar la pantalla para ver el resultado del trabajo deseado, pero sí después a partir de diferentes máquinas, (impresora 3D, por ejemplo), así el ordenador es casi siempre un medio para lograr un fin, pero no un fin en sí mismo. Si le damos a un anciano zapatero un ordenador hará lo mismo que si a un adolescente le damos unos alicates, no sabrá cómo manejarse. Pero está claro que todos los oficios de antaño tenían que ver con la «poiesis» aristotélica: una persona trabajaba para obtener algo tangible: un zapatero hacía o arreglaba zapatos, un carpintero creaba muebles, un orfebre hacía joyas, un herrero hacía objetos de metal, etc;

Pero no hay nada tangible en la función de un gamer, un youtuber o un community manager. Y si hablamos de lo interactivo, que les digan a los trabajadores de una fábrica, los que fabrican y producen cosas, como su nombre indica, lo que es trabajar en equipo y lo que es la interactividad. Es de cajón, por otro lado, que cualquier trabajo ha ido también mejorando o progresando (la misma fábrica a nivel conceptual) mediante lo tecnológico y lo informático, pero ese progreso es también regreso, regreso a lo inactivo para multitud de trabajadores cuya función al final la acaba realizando una máquina. Si antes un analfabeto era quien no sabía leer ni escribir, ahora lo es quien no tiene competencia en las tecnologías de la información, el conocimiento y el aprendizaje digital y virtual. Si antes eras un burro por no saber las tablas de multiplicar, ahora lo eres si no sabes hacer una fórmula en excel.

En fin, como decía aquél: «hay gente para todo».

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