El placebo

Cuánta sensación de agobio arrastramos los ciudadanos españoles, qué enorme vértigo estamos acumulando para que hasta aquellos, entre los que me incluyo, que siempre han hecho caso omiso del fútbol, que ni nos ha gustado ni nos gusta, de manera casi instintiva estemos dispuestos a prestar enorme atención a lo que ocurra en el Mundial. Es verdad que cuando ha jugado la selección española se ha despertado un sentimiento patriótico, que a modo de espejismo ha actuado a modo de argamasa de manera que el triunfo de nuestro equipo era un objetivo compartido sin lugar a fisura alguna.

Este sentimiento, sin duda, está presente en el evento que durante casi un mes va a ocupar espacios destacados en los medios de comunicación. La atención de los españoles va a encontrar un foco al que mirar con emoción pero sin angustia. Y eso es bueno. Es bueno, sobre todo en época de crisis y de vértigo, encontrar algo con lo que emocionarse y salir de la rueda cotidiana que nos habla de paro, deuda, recortes y demás cuestiones que nos prometen, al final del recorrido, un mundo que a día de hoy somos incapaces de imaginar, pero que, con toda seguridad, será distinto.

El fútbol, por el contrario, además, de emoción es certeza en el sentido de que sus reglas son claras y el reglamento rige para todos. Esta predisposición a la emoción no deja de ser un síntoma preocupante, pero el poderla expresar es un auténtico placebo que no medicamento. El Mundial va a hacer que la situación duela menos y eso ya es mucho cuando se sabe que el medicamento a aplicar es de los que tienen efectos secundarios difíciles de sobrellevar.

Bienvenido sea pues el Mundial, aunque sólo sea un placebo, aunque la emoción que provoque sea un espejismo. Sólo basta con ser consciente de que se trata de un espejismo para no caer en la estupefacción. Y es un espejismo porque, aún en el supuesto más que deseable de un triunfo español, nuestra realidad es la que es: difícil en lo económico y débil muy débil en lo político.

De la crisis económica qué decir que no se haya dicho ya. La opinión que al final va a importar es la del ECOFIM que la próxima semana dirá como nos ve. De la situación política, constatar la extrema debilidad del Gobierno y de su presidente, que según las crónicas no está dispuesto a nada distinto que no sea agotar la legislatura.

El problema del presidente no es que él se sienta fuerte. Su problema es cómo le perciben los demás y es obvio que los demás, es decir, los grupos parlamentarios, le consideran atrapado en una agonía sin anestesia. En su propio partido, en donde el silencio oficial se ha impuesto, la duda comienza a instalarse, pero no hay presión alguna para un eventual adelanto electoral, aunque sí para que haga un gesto, tome decisiones que hagan más llevadero el largo camino que queda hasta el 2012. Los barones territoriales se temen lo peor. «Nos van a castigar a nosotros queriendo castigar a Zapatero», augura uno de ellos que como todos los demás pide anonimato.

Es largo y duro el camino hasta el 2012. De esta dureza no le va a librar ni su peregrinaje al Vaticano, a donde ayer acudió en calidad de presidente de la UE, de esta Unión Europea que ha renunciado a dejar constancia de su origen cristiano en su Constitución y que hoy contempla atónita como en Holanda el partido que ha venido proclamando «menos Islam y más seguridad» casi ha triplicado su representación en el Parlamento, pasando de 9 a 24 escaños. Son los propios sociólogos holandeses y nórdicos en general los que creen que estos resultados son la consecuencia de «una tolerancia casi compulsiva con quienes los ciudadanos han descubierto que son intolerantes». Cuidado, mucho cuidado con la crisis, pero mucho más cuidado al miedo a la supuesta incorrección. No está escrito en ningún sitio que lo ocurrido en Holanda sea una mera anécdota.

Visto lo visto, es más que comprensible que todos busquemos la emoción que en los próximos días va a brindar el Mundial. Nunca antes me había parecido tan estupendo un evento deportivo.

 

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