Eduardo Galeano, el periodista y escritor uruguayo, se lamenta en una entrevista en La Vanguardia sobre una característica de la sociedad actual: «Confundimos la grandeza con lo grandote».
Probablemente estaba hablando del mundo en general, pero daba la sensación de que estaba haciendo una radiografía de España. Éste país apuesta decididamente por lo grandote.
Por los Juegos Olímpicos en 2020, por los gastos de inscripción, estancia y promoción de una participación en el Festival de eurovisión, por el triple de coches oficiales que EE UU, por el mayor número de universidades por Km cuadrado, por la gran Bankia con su caja fuerte invadida de telarañas, por un Guggenheim en cada esquina, por una salud y una educación medidas por ratios médico/paciente o profesor/alumno, por las desorbitantes primas de sus humildes jugadores de la selección nacional de fútbol.
La grandeza y lo grandote
Siempre la cantidad, el volumen, como unidad de medida de una España friki que luego sale a las calles a preguntarse: ¿quién se lleva la pasta? AVEs desparramándose por los cuatro puntos cardinales, cargos políticos que triplican a sus homólogos en países que nos triplican en PIB, en crecimiento económico y en tasas de empleo.
Un aeropuerto en cada barrio, dos casitas per cápita, un automóvil de alto rango para darle envidia al vecino o como frívolo cebo para encandilar a maromos y maromas, más móviles que Dios, más movilidad turística que los nipones (oh, la plaga española en los cinco continentes) y una deuda privada que deja los ojos como platos a la civilización calvinista.
Y ahora, el lamento, el llanto y crujir de dientes y la confusión entre un Estado de Bienestar y la cultura genuinamente española de ¡que no pare la fiesta! a crédito, a hipotecas, con el dinero de plástico que hacía años que no salía de los bolsillos de los españoles, sino de la generosidad de la varita mágica de un Harry Potter y una banca que había descubierto la «piedra filosofal» de convertir el ladrillo en oro.
Esta «frikilandia» situada al suroeste de Europa, debe ser uno de los territorios con mayor densidad de población de descerebrados del continente, dicho sea con todos los respetos para las honrosas y numerosas excepciones, y sin aferrarse a consuelo de tontos que se puede exportar del mal de muchos de Grecia, de Italia, de Portugal y países de esos.
¿Qué hemos soportado políticos de segunda división? ¡Aceptado inútiles sucesivos como animales de compañía! Pero a los españoles nos va lo grandote, como se lamentaba Eduardo Galeano. Y los políticos sin escrúpulos (quedan ustedes retados a señalar políticos con ellos), les van dando a los españoles lo que demandan y lo que después les pagamos con votos en muestra de un agradecimiento que nos honra.
Nos subvencionan vuelos low cost…, ¡benditos sean!; nos construyen el indispensable auditorio…, ¡qué tíos tan majos!; dedican el Plan E a hacer piscinas, polideportivos o llenar calles de flores…¡qué bueno es o que buena es el señor alcalde y la señora alcaldesa! Esto ha sido España, no nos engañemos.
Y lo más jodido es que queremos que lo siga siendo, a juzgar por la buena acogida que tiene el diluvio demagógico de las oposiciones municipales, autonómicas y estatales y los tímidos cantos de sirena que aún se les escapan a los diferentes gobiernos para que nos se los lleve el viento de la crisis.
De la cacería del Rey a la cacería de la Eurocopa
En Portugal, país vecino, circulan estos días un par de leyendas urbanas que, sin no so veras, son ben trovatas:
- Que renunciaron a seguir en el Festival de Eurovisión para no pagar una inscripción de 600 mil euros. Los organizadores aseguran que fueron eliminados en las semifinales, pero la prensa lusa afirma que decidieron que más valía una huida a tiempo.
- Que los ilustres elegidos para su selección nacional de fútbol que participará en la Eurocopa 2012, cobrará durante su estancia el salario mínimo luso, y que se vayan olvidando de primas obscenas por objetivos cumplidos. El honor de defender los colores de Portugal, ese país rescatado, es suficiente premio para 23 jóvenes con trabajo «razonablemente» pagado.
A los Xavis, a los Casillas, a los Iniestas, a los Llorentes, chicos de esos que forman parte del 50% de jóvenes españoles que no están en el paro, se les ofrece una prima de 300 mil euros por ganar la Eurocopa. Y, salvo alguna que otra voz que clama en el desierto, la España en quiebra ni se inmuta. Los indignados no toman las calles, los sindicatos no organizan manifestaciones, Rubalcaba no pone el grito en el cielo y el Gobierno mira para otro lado.
Por ése dinero, el Rey podría cazar la mitad de los elefantes de África y España estaría ardiendo por los cuatro costados. A los españoles debe faltarnos un hervor. Colarán las primas a nuestros magníficos si vuelven a traernos el trofeo. En vez de manifestaciones montaremos otras fiestas de la Roja. Y en vez de exigirles que pidan disculpas, les nombraremos hijos predilectos de sus correspondientes municipios y les pondremos sus nombres a 23 calles.
Está claro que éste no es un país monárquico, quedan serias dudas de que en realidad sea republicano y empiezan a emerger síntomas de que somos 47 millones de frikis. ¡Viva er furbo!