La frase en sí, más que hiriente y propia de quien ha vivido y aún vive instalado en la casta, es reveladora
Hace unos días, Carlos Solchaga, que a la sazón fue ministro de economía de infausto recuerdo en plena instauración del felipismo, volvió a pisar el ruedo ibérico para añadir una frase célebre a su bagaje – inolvidable fue aquella que sancionó la España del pelotazo, y que venía a decir que el que no se hacía rico era por ser poco menos que un idiota declarado.
Este personaje, decía, se ha asomado a micrófonos y cámaras para ilustrar al personal sobre la situación real de nuestro país, afirmando ni más ni menos que no puede ser cierto que millones de personas en España estén sin trabajo y sin subsidio alguno, porque de otra forma – explica este genio del análisis sociológico -, y cito literalmente, «estarían (los ciudadanos) cogiendo de las solapas a sus gobernantes» . Tiene bemoles.
La frase en sí, más que hiriente y propia de quien ha vivido y aún vive instalado en la casta, es reveladora. Este triste personaje, sin quererlo, está señalando a los ciudadanos el único camino que queda expedito para evitar la consumación del desastre: tomar la calle.
Lo de coger por las solapas a los gobernantes es más complicado, bastaría con preguntarle a José Bono, otro ilustre que ha hecho fortuna en la política, quien por ser presuntamente zarandeado por ciudadanos indignados con más canas que peligro, puso a todo el Ministerio del Interior patas arriba para que los sublevados dieran con sus huesos en la cárcel.
Lo de menos es que le agarrarán o no por las solapas, estaba en juego, además de la soberbia de quien está acostumbrado al ordeno y mando, dejar bien claro que a la casta ni toserla, que ese es el quid de la cuestión.
Y hay que ejemplarizar a la menor ocasión, no vaya a pensar «la gente» que esta democracia nuestra nos sitúa a todos en un mismo plano terrenal, sólo faltaría.
Volviendo a la cuestión, quizá nada sea casual, y por ello la frase de Carlos Solchaga esté en tiempo y forma perfectamente en línea con la declaraciones de pocos días antes de Rodríguez Zapatero al semanario Newsweek , en las que el jefe del Ejecutivo fue interrogado por la alta tasa de paro y por el déficit público, y sobre si España se estaba «hundiendo».
Ante lo que respondió sin rubor alguno «No. Basta con salir a la calle para ver que no es así».
Tanto uno como otro, Zapatero y Solchaga, coordinados o no, de forma casual o con alevosía, lo que están haciendo es usar como coartada la aparente calma que se respira en calle, donde la falta de liderazgos alternativos se traduce en una alarmante quietud.
Salvo el esperpento que puedan protagonizar mañana los sindicatos subvencionados manifestándose contra los empresarios, lo cierto es que la calle está silente y ello da alas a todos estos personajes para vender dentro y fuera de España una falsa postal de normalidad.
Es el colmo de la desfachatez, y si por nuestras venas corriera algo más denso que el agua, nos lo habríamos tomado como una provocación.
Pero ahondemos un poco más en el análisis. En las declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero y Carlos Solchaga se desvela un pensamiento subconsciente que es más consciente de lo que parece.
Una vez comprada la voluntad de los dos sindicatos mayoritarios, aprobadas medidas fiscales confiscatorias contra la inmensa mayoría de ciudadanos y proporcionados los oportunos enemigos imaginarios, sólo queda un lugar donde la sociedad civil, los millones de familias de clase media, pequeños empresarios, autónomos, trabajadores y parados, puedan dar la batalla: ese lugar no es otro que la calle.
La cuestión es si seremos capaces de dejar de actuar como espectadores y recogeremos el enésimo guante que este presidente del desgobierno nos lanza a la cara con inusitado cinismo.
Y hay que apostar porque sí, entre otras cosas porque ya no nos queda otra salida que hacernos fuertes y tomar posiciones en el único escenario que escapa al control de estos expoliadores profesionales.
Debemos salir porque nos urge y nos va casi todo en ello, y también porque debemos impedir que los sindicatos subvencionados consumen su perverso papel y terminen por tomar nuestros lugares comunes y de encuentro, nuestras plazas y avenidas, para convertirlos en nuevos escenarios donde la farsa prosiga a costa de nuestra fatalidad.
En esta hora ya no se trata de cuestiones menores de partidos, ni siquiera de alardes ideológicos, sino de simple supervivencia. Hoy no hablamos de análisis político o predicciones, sino del urgente, angustioso e inmediato presente.
Zapatero está extendiendo a gran velocidad un pesado e inmenso manto de miseria del que nadie va a poder escapar. Tomar la calle es nuestra última esperanza, la única manera de poner a Zapatero en la idem.