Algo tan simple que parece mentira que el medio millón de políticos que hay en España no se haya dado cuenta
Llevamos en crisis cuatro años y hablando de ella desde hace algo más. Se ha intentado todo, o al menos eso es lo que los políticos nos han hecho creer.
Marean a la gente con números, porcentajes, cotizaciones y una terminología extraña plagada de siglas de la que, hasta hace solo unos meses, nadie había oído hablar.
El Gobierno, primero el de Zapatero y ahora el de Rajoy, asegura disponer de la varita que nos sacará por la vía rápida e indolora del marasmo económico en el que nos encontramos. Pero nada funciona.
Calcetín
Legislan una y otra vez y al cabo seguimos como estábamos o incluso peor. Se destruyen miles de empleos cada semana y no se crean otros nuevos que los sustituyan.
El paro y los impuestos asfixiantes han conseguido que la renta disponible de las familias caiga en picado, y los jóvenes ven cómo sus expectativas de futuro quedan dramáticamente truncadas.
La crisis económica ha partido el espinazo de la nación en un momento en el que esta se encontraba bastante tocada. Los políticos, entre tanto, divagan como diletantes y levantan un muro de cifras y excusas que, a estas alturas, ya nadie se cree, transformando la crisis económica en una crisis política y social de dimensiones colosales.
¿Se ha hecho todo lo que podía hacerse? No, se ha hecho exactamente lo contrario de lo que debía hacerse. Cuando comenzó la contracción económica, los padres de la patria debieron haber empezado recortándose a sí mismos, aligerando la gravosa superestructura estatal que venía de los años de bonanza.
Hicieron, sin embargo, lo opuesto. El Estado ha crecido en los últimos cuatro años. Gasta más que nunca y, como los contribuyentes no le bastan, sale al extranjero a pedir dinero prestado.
Ese dinero hay que devolverlo antes o después. Pero como nuestro Gobierno sigue pidiendo, los acreedores se ponen nerviosos y piden tipos de interés más altos. Un círculo vicioso que solo se puede cortar de un modo: dejando de gastar.
Algo tan simple que parece mentira que el medio millón de políticos que hay en España no se haya dado cuenta.
En una situación como la actual lo que los ciudadanos necesitan es dinero en el bolsillo para ahorrar y, los endeudados, pagar lo que deben. Pero el Gobierno se lo ha impedido mediante continuas subidas de impuestos que han erosionado el ahorro de las familias.
Ese ahorro no suele irse a un calcetín, sino a entidades de crédito que se lo prestan a los emprendedores. En España nadie puede ahorrar porque papá Estado necesita esos fondos para mantener su elefantiásico tamaño.
Cada euro que queda en el bolsillo del contribuyente será mucho mejor empleado que si ese euro cae en la caja de un burócrata.
Es algo elemental, de primero de básica, pero el Gobierno, no contento con corregir y aumentar las exacciones fiscales, ha desatado una caza de brujas contra los contribuyentes.
Industrias ruinosas
Unos contribuyentes que están dejando de serlo a pasos agigantados. En España coleccionamos los desempleados que no cotizan y que pasan a depender, en el mejor de los casos, de las redes familiares; y, en el peor, de la caridad estatal.
El empleo se destruye pero no se crea, y esto es algo privativo de nuestro país, cuya tasa de desempleo roza ya el 25% de la población activa. Contratar en España es caro y está plagado de regulaciones innecesarias y delirantes barreras que los grupos de presión sindicales han levantado para proteger a los trabajadores más costosos e improductivos.
Mientras cierran centenares de empresas, se constituyen muy pocas que tienen, para más inri, serios problemas para abrirse camino en el mercado.
España es uno de los países que más trabas administrativas ponen a la creación de riqueza. Y sin empresas no solo no hay trabajo, sino que no hay futuro alguno para nuestra economía.
Desde que arrancó la crisis, los sucesivos Gobiernos han hecho todo lo que ha estado en su mano para que esta fuese más larga y severa mediante el expeditivo método de rescatar industrias ruinosas cuyo producto nadie demanda.
Ese es el caso de la construcción, mantenida con respiración asistida por Zapatero mediante ambiciosos planes de gasto con dinero prestado.
Ayunas de demanda real, las constructoras han terminado quebrando y hoy son los contribuyentes los que tienen que pagar el pato.
Hubiese sido mucho más sencillo y barato dejarlas quebrar desde el principio y permitir así que el tejido productivo se sanease poco a poco.
Para colmo de males, cuando el enfermo está ya en un estado de extrema gravedad, la siguiente ronda de rescates ha sido para los bancos que dilapidaron sus recursos en los años buenos del ciclo.
Todo, absolutamente todo, se ha hecho mal. Pero no hay que caer en el pesimismo de la profecía autocumplida. Queda tiempo para reaccionar y empezar a hacerlo bien. Cambiemos el modelo y saldremos de esta.
NOTA.- leer artículo original en ‘La Gaceta’