Pedro Sánchez pretende ampliar la lista de morosos de Hacienda para incluir, no ya sólo a los grandes deudores tributarios, sino también a profesionales, empresarios medianos y pequeñas empresas (El socialista Sánchez dispara los impuestos al récord histórico de España).
Según van pasando las semanas, el proyecto de Gobierno socialista para la próxima legislatura comienza a quedar cada vez más claro (Pedro Sánchez nos aplicará una subida de impuestos retroactiva para cubrir su despilfarro).
Y es, en esencia, una vuelta a los planteamientos del inefable José Luis Rodríguez Zapatero, sólo que en una versión más radicalizada (Prepárense para disfrutar: Sánchez ocultó en campaña una brutal subida de impuestos a las clases medias).
La tradicional lista pública de deudores de Hacienda busca causar un efecto sobre las grandes fortunas que no cumplen con su deber con el fisco -ellos son los destinatarios de esta medida punitiva-.
Pero ampliarla para que abarque desde profesionales hasta pequeños empresarios acaba pervirtiendo esta intencionalidad.
El Estado, entonces, deviene en una suerte de vigilante universal, de gran inquisidor que se inmiscuye en la vida de las personas con resabios tan confiscatorios como moralizantes.
Un Estado que succiona impuestos a la sociedad sin pudor alguno -hemos informado en repetidas ocasiones sobre la subida planeada de 26.000 millones de euros en recaudación-, un Estado que entiende toda política cultural como un perpetuo viaje al año 1936 con un descarado afán guerracivilista y, ahora, un Estado que amplia su radio de acción jurídico a la hora de aplicar el castigo -tan medieval, por cierto- del escarnio público.
Por este camino, Sánchez nos dejará sin pasado -será ‘su’ 1936 y punto-, sin presente -las políticas económicas que está poniendo en marcha no son una pista de despegue de nada- y, por tanto, también nos está dejando sin futuro.
Este electoralismo puede venir bien para drenar votos a Unidas Podemos, pero tras ganar unas elecciones la política se aplicar para fundamentalmente para gobernar.
No parece que con un radicalismo de este tenor vaya a navegar muy lejos, máxime cuando la próxima crisis ya se adivina en el horizonte.