El silencio sirve para confundir al PZOE con el Gobierno y con el mismísimo Estado
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Quienes, en honor y gloria al líder, asistieron ayer al capítulo del Comité Federal del PSOE no tienen edad de haber sido integrantes del Frente de Juventudes; pero visto su ademán, impasible ante la adversidad, parecían cantar al unísono el himno de los alevines de la Falange:
«Prietas las filas,/ recias, marciales,/ nuestras escuadras van/ cara al mañana/ que nos promete/ Patria, Justicia y Pan».
Explica Manuel Martín Ferrand en ABC que de hecho, si a la copla azul se le quita la Patria y se la sustituye por un planteamiento más federal y abierto tendríamos una hermosa copla roja y ajustada al ímpetu juvenil de los devotos de José Luis Rodríguez Zapatero.
Resulta portentosa la capacidad de los socialistas para disimular sus achaques.
Es un hecho que el partido vive días difíciles y tensos, que la autoridad del secretario general está en entredicho y que todos cuantos tienen a donde ir se han ido o buscan otros horizontes; pero, a la hora de asomarse ante la opinión pública, saben lucir su mejor sonrisa y parecer unidos y contentos.
Es más, cuando el presidente del Gobierno dice con gran seriedad que tiene «un proyecto con rumbo claro», parecen iluminados por su figura y conmovidos por sus ideas.
El «proyecto» de Zapatero, según se lo comunicó a sus discípulos, es «ambicioso, exigente, solidario y de cohesión social».
De serlo, será ambicioso de poder, fiscalmente exigente, solidario entre conmilitones -no entre todos- y con la cohesión social -sindical- suficiente para sostenerse en La Moncloa.
Después de cinco años de experiencia ya sabemos que Zapatero es un político intransitivo, una figura que habla sin decir y sin más afán que el de su propia continuidad.
La ausencia de voces críticas en su Comité Federal es muestra de ocupación más que liderazgo. Es la certificación de un régimen en el que el silencio sirve para confundir el partido, el PZOE, con el Gobierno y, dado su adelgazamiento, con el mismísimo Estado.
Vez tras vez, en cada ocasión en que la opinión pública muestra algún recelo y se escuchan en la calle voces de protesta, Zapatero recurre a la misma artimaña.
Se presenta como gran conductor alzado por la unanimidad de los suyos -prietas las filas-, no dice nada, pero con grandilocuencia, «y luego, incontinente/ caló el chapeo, requirió la espada/ miró de soslayo, fuese y no hubo nada».
Es el estrambote, sólo nos falta el túmulo de Felipe II.