La propaganda ha perdido frescura y ya no alcanza para tapar la evidencia de un rumbo extraviado
Frases, frases, frases. Una secuencia de palabras insustanciales, una cháchara hueca desprovista no ya de chispa, sino de sentido.
Enquistado en su peor momento político, el presidente se enreda en una farfolla retórica que empieza y acaba en su propio ruido porque no sólo la desmienten los hechos, sino que hasta las palabras se desmienten a sí mismas.
Escribe Ignacio Camacho en ABC que en el aislamiento de sus últimas semanas ha debido de extraviar hasta a los asesores que le escribían los discursos, y comparece ante la opinión pública con un parloteo insonso del que además de las ideas, que nunca fueron fecundas, han desaparecido los conceptos.
De toda su política milagrera, de toda su prestidigitación gestual sólo queda una inconsistente facundia palabrera, una neblina de titulares fatuos que apenas se abren paso en la gran verborrea nacional. Puro humo de pajas.
«Esfuerzo solidario», «ricos y pobres», «rentas del capital», «hemos tocado fondo», «cambio del modelo productivo»…
La logomaquia zapateril se va vaciando de argumentos a medida que su propia política contradice la cantinela que repiten los epígonos del poder.
El discurso balbuciente de un Gobierno errático se pierde en explicaciones reversibles, cambios de criterio y vueltas argumentales que retuercen con eslóganes y consignas la evidencia de una improvisación gigantesca.
Pero la propaganda ha perdido frescura y ya no alcanza para tapar la evidencia de un rumbo extraviado. El regalo progresista de los 400 euros no puede ser igualmente progresista cuando se da que cuando se quita.
La subida de impuestos no puede seguir siendo «limitada y temporal» cuando se plasma en un proyecto de alcance universal y sin horizonte cronológico.
El esfuerzo solidario de «los ricos» no encaja en un incremento del IVA para todos. La terquedad de los hechos deja al descubierto una vacua palabrería que ni siquiera tiene ya el brillo evanescente de la sorpresa.
El discurso está agotado, el argumentario exprimido, las excusas vencidas, y lo paradójico resulta que no son los adversarios quienes desenmascaran los embustes, sino los propios autores de un embeleco insostenible.
Hasta ahora, Zapatero maquillaba con ocurrencias y gestos la ausencia de un proyecto definido de gobernanza, pero de repente se ha secado también el manantial del ilusionismo y al Gobierno se le ha visto el cartón de la inanidad.
Estamos al borde del agotamiento y el presidente ofrece síntomas de esclerosis política. Su última perla cóncava, su más reciente ilustración de superficialidad, ha quedado escrita negro sobre blanco en papel de periódico y no resulta atribuible a la espontaneidad; obedece a una reflexión asesorada que no da más de sí.
«De todas las crisis se sale, pero se puede salir de forma diversa».
«Todas las crisis son inoportunas y por tanto indeseables».
Escrito está. He ahí una doctrina, todo un pensamiento.